El Real Zaragoza perdió en Los Cármenes y la reacción ante el Villarreal B queda en el lugar de los grandes espejismos. De nada sirven los milagros de anteayer ante una rutina que se basa en la derrota. El arbitraje, casero de pe a pa, no esconde las limitaciones de un grupo que ayer tampoco supo levantarse del golpe. Un gol es una condena casi siempre definitiva para Carcedo y su Zaragoza. La costumbre es perder también cuando se empata y la excepción fue ganar en el alambre.
Cristian Álvarez (7´5): Paró todo lo que estaba en su mano. Fue un antídoto ideal para Uzini, capaz de sacar remates sin espacio. Reaccionó de un modo felino siempre que el Granada le puso a prueba. Le anuló el espacio a Rochina en un gol cantado, pero nada pudo hacer ante el enésimo despiste general de su defensa. Miguel Rubio le fusiló, con la estrecha colaboración de una zaga cada vez más frágil.
Fran Gámez (4): Si en algún tramo de la primera mitad pareció más entonado, todo se desvaneció en la segunda. Se tropezó consigo mismo, eligió mal y no progresó por su perfil.
Lluís López (3´5): La defensa empeora con él, sin importar si sus errores son propios o indirectos. En la segunda mitad, apareció en todas las acciones de peligro del rival y fue una sombra más en las fotografías.
Jair Amador (3´5): Con molestias o sin ellas, Jair sufrió sin remedio ante el Granada. No logró peinar el gol en ataque y apareció desbordado en una segunda mitad que le deja en mal lugar a él y al resto.
Gabriel Fuentes (3´5): El Granada detectó su debilidad y Ricard le buscó de un modo descarado en el primer tiempo. Le regateó con facilidad siempre y sus progresos en la segunda mitad no compensan la suma de sus errores en defensa.
Jaume Grau (3´5): En el primer tiempo se pareció a sí mismo, más a través del recorrido que en el juego. En la segunda, arriesgó y lo perdió casi todo, dejando al equipo en un lugar comprometido. Irreconocible.
Manu Molina (4): Estuvo entonado en algunas fases del juego, pero pidió siempre el balón al pie y llegó un segundo tarde a todos los repliegues. Nulo en la estrategia.
Gaizka Larrazabal (4´5): Si el partido de ayer era su gran oportunidad, el extremo vasco hizo poco para aprovecharla. Inédito casi siempre, pudo forzar un penalti que el árbitro nunca contempló como una pena máxima.
Sergio Bermejo (7): Fue la luz en un primer tiempo gris. Consiguió mejorar siempre la jugada. Lo hizo desde la zona del enganche, para limpiar el horizonte para él y para el resto. Se topó con el palo en una acción de otro partido.
Miguel Puche (4´5): En algún tramo profundizó y se soltó la melena. Se volvió tímido ante la dificultad, en un rasgo que parece extraño en su fútbol.
Makhtar Gueye (3´5): Descoordinado, patoso, raro y sin remate. El Zaragoza no supo buscarle, pero pasan las semanas y las descripciones se repiten: él sigue sin encontrarse.
Cambios del Real Zaragoza
Valentín Vada (3): No mejora al equipo ni desde el once titular ni desde el banco de los suplentes. Si Carcedo buscaba cambiar la inercia con él, se encontró con un futbolista insignificante. Se quedó enganchado en el gol de Miguel Rubio. Con él se cumplió un axioma inevitable de este juego: el primero en levantar la mano es el que valida un gol en contra.
Giuliano Simeone (6´5): Prescindir de él es un pecado. Tiene hambre, recursos en carrera y soluciones en el área. Marcó un bello tanto que fue anulado, en una de las acciones más polémicas de la jornada. No es fútbol, es La Liga. Ya no es juego, ahora es geometría.
Marcos Luna (6): Tiene zancada y soluciones para un equipo sin grandes laterales. Lo intentó con más energía que éxito, pero ahora mismo parece la opción más fiable para ese sitio.
Víctor Mollejo (4): Le siguen sobrando revoluciones y le falta juego. Se perdió en protestas, peleado también contra sí mismo.
Alberto Zapater (SC): Carcedo le dio el último tramo en busca de un final tan mágico como el que se vio frente al Villarreal. El capitán intuía el desenlace: los milagros no se repiten de sábado a viernes.
Entrenador:
Juan Carlos Carcedo (3´5): Después de plantear un primer tiempo serio, desvistió al equipo para siempre. Bermejo pidió el cambio, pero el técnico situó al Zaragoza en un callejón sin salida. Perdió todos los duelos y su defensa pareció el peor de los ejércitos. Atacó en transición cuando tenía a una referencia como Gueye y buscó el fútbol posicional cuando entraba un velocista como Simeone. No se sabe si sus elecciones son grandes experimentos o puros bandazos. Se intuye, eso sí, que se le está acabando el tiempo.
En tierra de rap, al ritmo de dos gemelos granadinos, el Zaragoza “volvió a por su dosis de fracaso”. La réplica se escribe con acento aragonés: “nada cambia si nada cambia”.