Cuando tengan un rato suelto que no sepan cómo ocupar y se vean vencidos por la pereza del “en media hora no me da tiempo de nada”, repasen el partido de Vadillo en Córdoba. 30 minutos en los que le alcanzó para marcar dos goles y propiciar la expulsión de Aguza, para cambiar la suerte de un partido que pudo ganar cualquiera y devolver al Huesca a su versión 2016. Anquela corrigió los defectos de la hora de juego anterior y Vadillo y Samu ejecutaron a los andaluces con la misma brillantez y naturalidad de los futbolistas chicos en el arrabal.
Fue un mediodía lleno de situaciones inesperadas, ajeno a lo predecible, encarnado en un jugador que se había caído del once en las últimas semanas y al que costaba encajar de repente, como si todos asumiésemos que la vida sin Vadillo podía ser igual de próspera. Probablemente, Anquela no esperaba un choque tan abierto, con tantas idas y venidas cuando planteó un esquema que nadie vio venir. Cuatro defensas, eso sí; pero nadie contaba con la perseverancia del jienense en el trivote del centro del campo. Ni con que el central sacrificado fuese Jair. Ni con la desaparición de Camacho tras su reivindicable derbi. Sí con la rehabilitación del enorme Sergio Herrera.
Al final, el choque con el Real Zaragoza llevó al entrenador a recuperar a Samu, la ausencia más evidente e injustificable aquel día. Lo situó en una banda, que es como darle a Marc Márquez el motocultor de mi tío abuelo. Con todo, el Rubio fue el futbolista ofensivo con más peso cuando buscó la asociación y se fue hacia dentro, su espacio natural. Eso sí, desacertadísimo ante la meta del Córdoba, si como atisbara la necesidad de un socio invisible al que darle los goles que él extravió.
Del mediodía cordobés se extrajo otra conclusión: que el trivote no acaba de encontrarse. La alianza entre Sastre y Melero es aún una melodía a medio componer, no hallan la secuencia de acordes que dulcifique el oído. Con Aguilera vaciándose en tareas defensivas, da la sensación de que al triángulo le sobra uno de los ángulos y que es el balear el más expuesto. La entrada de Vadillo por Sastre en el minuto 61 armonizó el dibujo del Huesca. Devolvió a Samu al interior y este, desatado, decidió que ya valía de bromas. De regreso, al fin, al 4-2-3-1, el Huesca se acercó en esa media hora a lo mejor de la primera vuelta.
Tuvo que ser Vadillo. Pieza sacrificada cuando Anquela decidió prescindir de los extremos en aras de la firmeza defensiva, que fue tal hasta que el Zaragoza dinamitó el derbi. Parecía que, súbitamente, había perdido el favor del técnico en beneficio de otros como Camacho o Alexander y en paralelo al ostracismo de David Ferreiro. Probablemente, las decisiones más cuestionables de este periodo y a las que se les atribuía una vuelta atrás más urgente. Con bandas, el Huesca ajustició al Córdoba y ganó por primera vez desde el 10 de diciembre. Restaurado Vadillo, cabe pedirse contra el Sevilla Atlético a Ferreiro para que se complete la tan necesitada vuelta a los origenes en pos de la tranquilidad definitiva.