ZARAGOZA | El Real Zaragoza es la tristeza. El zaragocismo es muchas veces tóxico. El Real Zaragoza se merece lo que le está pasando. El Zaragoza es un barco a la deriva. El Real Zaragoza se ahoga. Al zaragocismo se nos está olvidando nadar. El Real Zaragoza es Bakis. El Real Zaragoza es Germán Valera. El Real Zaragoza es Toni Moya. El Real Zaragoza es un jugador difuminado por la insustancialidad más palpable. El Real Zaragoza se acerca peligrosamente a la nada. El Real Zaragoza desaparece ante mis ojos. El Real Zaragoza es cada vez más un recuerdo que una realidad. El Real Zaragoza está a dos partidos de morir o de seguir mortalmente herido. El zaragocismo no vive desde hace demasiados años. El zaragocismo no tiene quien le cuide. El zaragocismo sólo siente un frío en su piel demasiado desnuda o un calor abrasador que su cuerpo roza con un infierno, este si, demasiado real. El zaragocismo es chocarse contra la misma pared una y otra vez esperando a que la sangre que acompañe su blancura sea de color azul. El zaragocismo es una indumentaria inconsciente. El zaragocismo es Pardeza levantando la Recopa. El Real Zaragoza es hacer todo por olvidar ese momento. El Zaragoza vive de mirar hacia atrás y muere ante su presente. El zaragocismo es ilusionarse ante el sinsentido. El zaragocista practica un romanticismo suicida.
El Real Zaragoza juega este domingo en Santander el partido más importante de su historia. El zaragocismo no quiere que el Albacete sea el equipo que ponga el fin al sentido de su vida. El Zaragoza es no saber quien lo dirige. Si lo hace un tipo desde Miami o es un equipo filial del Atlético de Madrid. El Real Zaragoza es no tener director general. El Real Zaragoza es el hazmerreír del fútbol español. Ser zaragocista es aguantar estoicamente como nadie le respeta. Ser zaragocista es el ejemplo perfecto de estar enamorado y no ser correspondido. Ser zaragocista es saber que su corazón sólo lo respetan sobre el campo Francés, Francho, Azón y Liso. El Real Zaragoza ha hecho del escudo del león un gatito con apariencia de enfermedad terminal. La delantera del Real Zaragoza no le mete un gol al arcoíris. Eso si, el zaragocista seguirá cegado por los colores blanco y azul.
Últimamente hay poco que ver en la Romareda. El Real Zaragoza es rezar por mantener la categoría. El Real Zaragoza es suplicar la estancia en Segunda División. Dicen que la distancia es el olvido, y la Primera División cada vez se aleja más de nuestro recuerdo. El Zaragoza es dudar de que todo aquello ocurriera. Que pertenezca a la parte de la memoria interesada. Medicina paliativa. Pardeza no existió. Ni Nayim. Ni los cinco magníficos. Tampoco los zaraguayos. ¿Alguien sabe quién era Cedrún?. El presente del Zaragoza son jugadores innombrables. El zaragocismo camina en busca de un horizonte que desconoce y del que cada vez tiene más dudas. El Real Zaragoza es un laberinto. Hace tiempo que estamos perdidos y lo mejor puede que sea seguir. No saber hacia dónde nos dirigimos, pero por lo menos sentir que el corazón nos sigue bombeando. Ser zaragocista es practicar arte surrealista. Hay una belleza incomprensible en ello. Hay una canción que dice que “por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas”. El próximo domingo se va al Sardinero, y por tierra o por mar habrá que acabar con este sindiós de temporada de la manera menos vergonzosa posible. Celebrar la indignidad. La tristeza de malvivir.