ZARAGOZA | El Real Zaragoza se mide al Levante el próximo sábado en un partido que Julián e Iván Calero no olvidarán nunca. No es la primera vez que padre e hijo se enfrentan, pero La Romareda será un escenario especial en las fotos de familia. Los Calero llegan al partido en el punto álgido de sus carreras, alumbrados además por las luces de sus estrenos. Iván ha hecho suya la banda derecha del Real Zaragoza, a través de un fútbol que es galope, rigor, constancia y precisión. Julián Calero, por su parte, ha alcanzado el liderato con el Levante, en su proyecto más ambicioso en la Segunda División. En solo cinco partidos, el suyo ya parece un equipo de autor.
Julián Calero, la película de una vida
La historia de Julián Calero merece ser guionizada. Recorrió los campos de la Comunidad de Madrid como futbolista y completó una carrera modesta en Parla, Pinto, Valdemoro, Fuenlabrada o Coslada. Eran otros tiempos, un punto de la historia en el que un fichaje, como el suyo por el Parla, se podía cerrar por un puñado de chandals. Julián combinó sus días de fútbol y su estreno en el banquillo con su labor como policía local. Y vivió, como desveló veinte años más tarde, el horror del 11-M: “Llegamos a la estación de Atocha dos minutos después del aviso, cinco minutos después de las explosiones. Nunca podré olvidar lo que vimos allí, en la zona del horror. Las personas iban de un lado para otro, ensangrentadas, con el rostro negro por las cenizas: parecían verdaderos zombis. Solo pensé en ayudar, en multiplicarme, en salvar todas las vidas que pudiera salvar”, contó en marzo del año pasado.
La vida continuó con una huella dolorosa, imborrable. Y el fútbol salvó al técnico en su Parla de siempre, hasta proyectar una gran carrera en los banquillos. La había empezado de casualidad, cuando formó un equipo para su hijo y su grupo de amigos. Iván Calero destacó pronto y alcanzó las categorías inferiores del Atlético de Madrid. Valiente, tomó la oportunidad y viajó hasta Inglaterra, donde siguió su progresión en el Derby y Burton Albion. Jugó también en el Sparta de Rotterdam holandés y regresó a España, donde inició un trayecto amplio y sostenido, que explica también su carácter y su forma de jugar. Salamanca, Elche, Numancia, Málaga, Alcorcón y Cartagena hasta llegar al Real Zaragoza. En el equipo murciano llegó a coincidir con su padre, que consiguió una salvación que parecía improbable unos meses antes. El técnico tuvo clara la receta para alcanzar la permanencia junto a su primogénito, una mezcla perfecta entre el cariño, la igualdad y la exigencia: “Decidí que tendría una plantilla de 24 hijos”.
Padre e hijo
Los pasos de Julián Calero describen un camino ejemplar, basado en el trabajo silencioso, en la cultura del esfuerzo. Integró las canteras de Atlético y Real Madrid, acompañó a Míchel al Rayo Vallecano, a Fernando Hierro, Luis Milla y Julen Lopetegui en todas sus aventuras, que partieron desde las selecciones inferiores hasta Rusia, Emiratos Árabes y Portugal. Después del Rayo Majadahonda llegó su gran oportunidad en Burgos y se hizo célebre en El Plantío. Logró el ascenso a Segunda y la construcción de un equipo competitivo, capaz de desafiar el orden establecido.
Sus frases, concretas, directas y sinceras, quedaron en la memoria colectiva. Entre ellas, la distinción entre jugar bien y hacerlo bonito o el famoso bocadillo de mortadella. El fenómeno viral se explica a través de una noción de este juego: nada es tan eficaz como un mensaje sencillo; nada es tan complejo como hablar simple.
Hoy, Iván Calero aplica la receta de su padre en el juego y en la vida. Juega sin ínfulas, a través de un despliegue regular, interminable, basado en la constancia. Y habla desde la sensatez, la pausa, en un mensaje que recuerda de un modo inevitable al de su padre. Quizá ese diálogo invisible parte de los viajes compartidos, del camino de vuelta tras los entrenamientos; del tiempo de la radio y de sus confidencias.
Los caminos de Julián e Iván Calero se cruzan el próximo sábado en La Romareda. Los dos se encuentran en una foto de familia, en una postal que quedará para siempre.
Como no podría ser de otra manera, una pluma exquisita, fácil de leer y enriquecedora para el usuario de a pie.
Un fuerte abrazo.