La derrota de la SD Huesca el pasado domingo en el Camp Nou ha dejado multitud de reacciones. Nadie se ha mostrado indiferente a la manifiesta distancia que existió sobre el terreno de juego y a fin de cuentas, el marcador reflejó. Desde que el colegiado decretó el pitido final, son muchos los periodistas, analistas y aficionados que han intentado descifras las claves de tan abultado marcador. Y lo más relevante: son muchos los que parecían saber las claves para haber evitado tan elevado tanteo.
Seguramente hasta el propio Leo, tras finalizar el partido, hubiera realizado las cosas de otra manera. Pero prefirió morir con su idea, o tal vez las cosas tampoco sucedieron como había imaginado, o ni tan siquiera intentando poner remedio las cosas cambiaron demasiado. No hay un sólo argumento que le asegure que, de otra forma, con otra táctica, hubiera salido victorioso. Ahora es muy fácil precisar, porque ‘a toro pasado, todos somos Manolete’.
¿Acaso un planteamiento más conservador te hubiera garantizado un tanteo menor? No seamos injustos, ni juguemos a videntes. Eso nunca lo sabremos. No es tan importante el cómo, y sí lo es la precisión y la manera que tienes para ejecutarlo. Lo que sí sabemos es que el Huesca salió atrevido, descarado, discutió con buen gusto el esférico durante algunos minutos al conjunto culé, e incluso se permitió el lujo de adelantarse en el marcador. Posiblemente demasiada osadía para quien miraba con atrevimiento a un equipo que ostenta, nada más y nada menos, que 43 partidos invicto en Liga.
¿Es suficiente recompensa los destellos iniciales para un equipo que pisaba por primera vez el estadio blaugrana como equipo de Primera? Pues evidentemente no. Sería absurdo conformarse con tan poco y sería, además, enviar un mensaje tan pobre como dañino. Claro que somos el Huesca, pero tenemos orgullo, amor propio y un escudo al cual nos debemos. No hemos llegado para comernos las migajas. Estamos aquí para, cada día, con nuestras armas, ser más competitivos. Y estamos en ello. De los errores se aprende.
“No seamos tan ignorantes de creer que se marcharon felices y contentos. La herida duele, pero nuestro mejor antídoto es el trabajo y el tiempo”
Porque tras esos minutos de propuesta atractiva, estos hicieron su aparición. Podremos discutir si fue más mérito del rival -yo no tengo la menor duda- o demérito de los pupilos de Leo. Pero la realidad es que el campo empezó a declinarse y nuestro castillo de naipes sucumbió ante semejante huracán de juego. Habíamos despertado a la bestia y, lo peor de todo, parecíamos no tener armas suficientes para contenerlo. La sucesión de goles parecía no tener fin y la agonía terminó en abatimiento. Habíamos hecho lo más difícil, pero nos duró poco tiempo. Y nos duró seguramente poco porque no estuvimos precisos, porque cometimos demasiados errores y porque enfrente teníamos a un depredador hambriento. A pesar de ello fue una primera parte muy digna, es justo reconocerlo.
Y es que en la segunda mitad el equipo no fue camicace, sino blando y permisivo. Aconteció -seguramente falto de fuerzas- a la constatación de que a estos niveles el más mínimo desajuste se paga caro, demasiado caro. Y ya podrían haber salido con 13, o haberse colgado los 11 sobre el larguero, que tengo la sensación de que el resultado poco o nada hubiera cambiado. Pero es intuición mía, porque tras muchos y muchos partidos tenía la sensación de haber visto esa película. Con distinto guión, con distintas hechuras de la víctima de turno, pero al final y al cabo, un desenlace parecido.
Conceder es morir. Ese el gran error y esa sea quizás la mayor lección que nos dejó el partido. No pasa nada por reconocerlo. Dentro, a buen seguro han tomado nota. No seamos tan ignorantes de creer que se marcharon felices y contentos. La herida duele, pero nuestro mejor antídoto es el trabajo y el tiempo.
“Igual es posible pensar que en paleta de colores hay más colores que el blanco o el negro”
Hurgar en la herida me parece innecesario y precipitado. El accidente sufrido nos une a la lista de victimas que el FC Barcelona lleva dejando hace unos años por su camino. Y como los hay de todos los colores, usando diferentes tipos de tácticas, tozudo de mí, como buen aragonés, me resigno a pensar que de otro modo hubiéramos perdido por menos. Al menos, con los mismos errores, seguro que no. La idea y propuesta es válida, pero necesita mejoras, necesita afinarse y qué mejor lección que ante uno de los mejores y haciendo buena gala de ello. La próxima vez seremos mejores, más competitivos. No tengo ninguna duda de ello.
El espejo debe ser lo acontecido en Ipurua y la gran reacción de Bilbao, sin olvidar la enseñanza vivida en Barcelona. Es allí donde asoma nuestro rayo de luz, es allí donde debemos reorientar nuestro camino. Pero sin la necesidad de cuestionar nuestra esencia, por tan previsible como doloroso atropello. Este artículo no se trata de una crítica para aquel que considera que había una forma mejor para haber competido, pues está en todo su derecho y posiblemente en lo cierto. Pero si se subleva ante aquel que pretende con su variación extremista, hace ver que sin una critica voraz no es posible la mejora ni el progreso. Igual es posible pensar que en paleta de colores, hay más colores que el blanco o el negro.
Morir con tu idea no te hace más digno, tampoco te hace mejor, ni tan siquiera te ayuda a pasar mejor este trago. Pero muestra a los ojos del mundo que quien te enseñó a querer este precioso deporte, quien te inculcó el sentido del juego, puso más empeño en marchar que en esperar, en atacar que en defender, en proponer que en abstenerse. Y eso, aunque sirva de poco, merece todo mi reconocimiento.