La presentación de Juan Carlos Carcedo no fue demasiado original ni proporcionó grandes titulares. Del técnico se espera que tenga mayor acierto en la pizarra que con el verbo. A pesar de eso, estuvo correcto: no desentonó y mostró una voz sensata y pausada. Tuvo palabras para la historia, la cantera y la afición. También describió algunas de las pautas que quiere para su Zaragoza: verticalidad, capacidad para adaptarse a diferentes contextos de juego y la valentía que se necesita para ir a por los partidos.
Sin demasiado recorrido fuera del guión, la mayor noticia no estuvo en el técnico, sino en quiénes le rodearon. Raúl Sanllehí dejó su primera intervención como responsable del club. Le siguió Miguel Torrecilla, precedido por un simbólico “Adelante, Miguel” del nuevo director general. Sanllehí vistió esa expresión como una fórmula de cortesía. Pero pragmáticamente fue una imposición, la típica orden que le da un líder a su súbdito. Torrecilla, entre sumiso y desubicado, detalló las virtudes de Juan Carlos Carcedo. Para el cierre de su discurso había preparado su obra cumbre. Buscó un juego de palabras con uno de los lemas del club: “Zaragoza nunca se rinde”. Y el experimento le quedó forzado. Postizo, como aquellos padres que utilizan las expresiones de sus hijos para parecer modernos por un rato.
Todo indica que Miguel Torrecilla será renovado en la parcela deportiva. La elección de Sanllehí parece firme, especialmente si se atiende a otra de sus frases en el día de Carcedo: “es nuestro director deportivo”. No importa que sea la decisión más impopular que pueda tomarse en la ciudad, donde Torrecilla encuentra muchos detractores y casi ningún fan. Es evidente que el director deportivo tiene un talento oculto, que le ha hecho sobrevivir al primer vendaval de la nueva propiedad. La afición se consuela con un mal menor: esperan que en esta ocasión no sea Torrecilla el que lleve las riendas de todo, sino que sea otro el que mueve sus hilos. “Adelante, Miguel”.
En la presentación de Juan Carlos Carcedo los protagonistas fueron otros. El foco estuvo en sus acompañantes, mucho más que en un técnico discreto, que sabe que su lugar no son los micrófonos. Al acabar el acto fue sencillo extraer una conclusión: Raúl Sanllehí habló poco y Miguel Torrecilla habló demasiado.