El entrenador neerlandés, fallecido a los 82 años, marcó una época irrepetible en el Real Zaragoza durante los años 80, dejando una huella imborrable en la historia blanquilla pese a no conquistar títulos
El zaragocismo despide a un referente eterno
Zaragoza llora la pérdida de Leo Beenhakker, el entrenador que revolucionó el fútbol en La Romareda y dejó una huella imborrable en el corazón del zaragocismo. El técnico neerlandés falleció este jueves 10 de abril a los 82 años, tras un delicado estado de salud en los últimos meses. Con él desaparece una figura emblemática, no solo por su carrera plagada de éxitos internacionales, sino también por haber sido el impulsor de uno de los juegos más atractivos que se recuerdan en la historia reciente del Real Zaragoza.
Su llegada a la capital aragonesa en la temporada 1980/81 marcó el inicio de una etapa inolvidable. Con tan solo 38 años, y tras conquistar una Eredivisie con el Ajax, Beenhakker aterrizó en La Romareda en sustitución de Manolo Villanova. Lo que parecía una apuesta arriesgada se convirtió en un acierto rotundo: trajo una nueva forma de entender el fútbol, ofensiva, atrevida y llena de identidad.
Un estilo que enamoró a toda una ciudad
Durante las tres temporadas que dirigió al Real Zaragoza (1981-1984), Beenhakker construyó un equipo valiente, con carácter y con un estilo de juego que enganchó a la afición desde el primer día. Bajo su batuta brillaron jugadores como Juan Señor, Jorge Valdano, Pichi Alonso o Güerri, a quienes supo potenciar con una propuesta que priorizaba el balón, los espacios y la creatividad.
Aunque no consiguió levantar títulos, su legado permanece vivo en la memoria colectiva. El Real Zaragoza firmó una sexta posición en la temporada 1982/83 y una séptima en la 83/84, lo que consolidó al club en la zona noble del campeonato. Pero más allá de la clasificación, lo que Beenhakker ofreció fue ilusión, identidad y espectáculo, algo que muy pocos entrenadores han logrado de forma tan clara.
El club aragonés no tardó en rendirle homenaje en redes sociales, agradeciendo su contribución y recordando su estilo inconfundible: “El juego del neerlandés en la capital aragonesa destacó por su vistosidad y buen hacer, potenciando a futbolistas de la talla de Güerri, Juan Señor, Pichi Alonso o Valdano”.
Un antes y un después en su carrera
Su exitoso paso por Zaragoza fue el trampolín que le catapultó al Real Madrid, donde vivió una etapa dorada con la mítica Quinta del Buitre. Ganó tres Ligas consecutivas, una Copa y dos Supercopas, llevando al club blanco a tres semifinales consecutivas de la Copa de Europa. Fue también seleccionador nacional de Países Bajos, Arabia Saudí, Trinidad y Tobago y Polonia, dirigiendo en varios Mundiales.
Sin embargo, ni los títulos ni los grandes estadios borraron jamás el recuerdo de Zaragoza en su trayectoria. Fue aquí donde encontró su primera gran conexión con un vestuario, una ciudad y una afición que se entregó a su estilo y personalidad.
En la temporada 1983/84, su última en La Romareda, se despidió como había llegado: con elegancia, respeto y fútbol ofensivo. Desde entonces, los zaragocistas siempre lo recordaron con cariño, como el técnico que no ganó trofeos, pero sí conquistó corazones.
Una despedida sentida desde La Romareda
Leo Beenhakker no era solo un entrenador; era un formador de ideas, un defensor del fútbol bien jugado y un innovador adelantado a su tiempo. Su paso por el Real Zaragoza se mantiene como uno de los capítulos más especiales de la historia blanquilla, y su figura quedará para siempre ligada al club, como uno de los grandes referentes de su identidad deportiva.
En una semana en la que La Romareda apunta al lleno contra el Eibar, su espíritu competitivo y su legado de fútbol valiente volverán a estar presentes en cada ovación, en cada jugada que despierte emoción en la grada.
Porque hay entrenadores que pasan, y otros que permanecen. Leo Beenhakker fue, es y será parte de Zaragoza para siempre.