ZARAGOZA | Juan Carlos Cordero medita una decisión sobre el futuro de Alberto Zapater, en la primera gran prueba que aborda en el final de curso. No es desde luego una cuestión sencilla: se enfrenta a la opinión popular, al peso de las leyendas. El club ha aplazado su continuidad y el capitán está a la espera, con la intención de alargar su historia en La Romareda un año más. Su temporada admite algunas garantías: Zapater ha sido una vez más un jugador de equipo, capaz de aceptar su rol entre las sombras. En el vestuario, se le aprecia por lo que ha sido y también por lo que es.
Zapater siempre compensó sus limitaciones con una entrega incondicional, con un zaragocismo ejemplar. Y desde hace varias temporadas, protagoniza una lucha contra el tiempo. Cuida sus últimos años de carrera y solo acepta un último baile: el regreso del Zaragoza a Primera División. Lo que ocurre es que ahora se encuentra en una posición débil. Es el club el que quiere decidir su suerte y se sospecha que Cordero no le ve en el equipo que viene.
Basta observar cómo le mira Francho Serrano para darse cuenta del lugar que todavía tiene Zapater en el vestuario. Una anécdota cotidiana y simpática sirve como ejemplo. Hace algunos años, en los primeros pasos de Serrano en el primer equipo, alguien le sugirió al canterano que debía depilarse las piernas. Zapater, bruto y cercano al mismo tiempo, interrumpió: “El chaval hará lo que quiera”. Y Francho se tomó esa frase con gratitud, como la protección que en ese punto necesitaba. E hizo exactamente lo que Zapater le pidió a todos: no dejó que nadie le cambiara.
De una manera similar, cuesta creer que alguien pueda cambiar ya al capitán. Probablemente Cordero esperaba que anunciara su marcha a final de temporada. Pero no contaba con un factor clave. Si lo hiciera, Zapater dejaría de ser él mismo. Su retirada tendría el lugar de una derrota. Con sus claroscuros, la competición le ha mostrado que puede ser una pieza útil en las segundas partes, uno de esos veteranos que sirven para enfriar los partidos, para aplicar al equipo en los momentos más delicados. Testarudo y con un carácter especial, se ha propuesto jugar un último curso y dejar al Zaragoza en el sitio de su debut: en Primera División.
El ejeano ya le ha transmitido su intención al club y se aferra a una de esas prórrogas que ofrece el fútbol. Y siente que sus años de zaragocismo le ofrecen una última tentativa: él cree que se ha ganado el derecho a escribir el final de su historia.