ZARAGOZA | Pocos acontecimientos duelen tanto como la marcha de un héroe. Y el Zaragoza ha perdido al suyo, a uno de esos jugadores que representan la cultura del esfuerzo, el liderazgo silencioso. Alberto Zapater no preparó su discurso y su voz solo se quebró al hablar de sus dos familias: la que él ha formado y la que eligió hace tiempo. En la primera solo hay dibujos zaragocistas, la segunda es simplemente el Real Zaragoza.
Zapater habló como siempre jugó. Si en la sala de prensa dio un discurso natural, emotivo, lleno de verdad, en el césped ofreció un fútbol similar. “Nunca he sido el más rápido, no he tenido una golpeo excepcional con la derecha y la izquierda solo la aprendí a usar gracias a Carlos Rojo. Sí que he tenido capacidad heroica, pero sobre todo he sabido transmitir, la gente se ha visto reflejada en mí. No he tenido tanto como otros, pero sí pasión por el fútbol”.
Al capitán le espera todavía el último adiós, el de una afición que se entregará en su homenaje. El penúltimo servicio de Zapater llegó en rueda de prensa. Evitó hablar desde el rencor y no nombró a los que no le han dejado elegir el final de su historia. Había decidido que el final no podía empañar el relato, que el desenlace no podía estropear el cuento. A la salida, casi una hora y media después del acto, firmó autógrafos y se sacó fotos con los niños que salían del colegio más cercano. “No sabrán ni quién soy”, pensó en voz alta. No era verdad: el grupo presumía de haber fotografiado a Zapater, en palabras textuales, “el legendario capitán del Real Zaragoza”.
Su intervención dejó dos notas más que sirven como cierre. Fueron frases esperadas, estribillos que acompañan para siempre a un futbolista ejemplar, héroe en las buenas y en las malas. “Mi vida es el Real Zaragoza y este equipo será lo que quiera su gente”.
Elegido por el fútbol y el equipo de su vida, a su discurso le siguieron más de 21 segundos de aplausos.