Álvaro Giménez tuvo ante el SD Huesca la oportunidad cambiar su relato en Zaragoza. En la cita más especial de la temporada, pudo haber sido héroe por un día. Saltó al campo en el descanso, cambió la imagen del grupo y fue más protagonista que nunca. Suyos fueron los tres remates más peligrosos del Zaragoza, en los que Andrés Fernández y el palo anularon su suerte.
Álvaro Giménez es el último ejemplo de un equipo que sufre un trauma ante las porterías. Un problema que afecta especialmente a todas las tentativas de la delantera. Juega contra los fallos propios, los del grupo y los futbolistas que le precedieron en el puesto. Ni Álex Alegría, ni Toro Fernández, ni Vuckic supieron estar a la altura de un lugar clave en el juego y casi sagrado en Zaragoza. No parece casualidad que los mejores años del club en Segunda coincidan con el descubrimiento de delanteros como Borja Bastón, Borja Iglesias o Luis Suárez. Todos brillaron en La Romareda. Y todos ellos se fueron antes de que el Municipal los pudiera disfrutar una segunda temporada.
Su inicio de curso no tiene mucho que ver con el de Álvaro Giménez, que aún no se ha estrenado en la campaña. El aval de sus tantos en Almería se ha agotado pronto, entre otras cosas porque sus goles en el Estadio del Mediterráneo quedan demasiado lejos en el tiempo. Tampoco le sientan bien las primeras impresiones: hasta el duelo del lunes solo había probado al portero en Fuenlabrada, donde fabricó una chilena en el área. En el inicio del curso ha estado desenganchado del juego, lejos de sus asistentes, con la imagen de un jugador aparentemente poco implicado en los partidos.
Frente a la SD Huesca mostró su verdadera condición: es un delantero de área. Manejó bien el cuerpo, se hizo el sitio idóneo para buscar el remate y probó la madera de una portería maldita. Demostró, a través de sus movimientos, una lectura inteligente de la jugada. Incluso forzó el penalti que le pudo convertir en el protagonista del duelo.
Todos sabemos lo que sucedió después: Álvaro Giménez quiso ajustar su lanzamiento, quizá condicionado por el paso y la espera de Andrés Fernández. Buscó la esquina y falló sin remedio, como si la suerte le negara una sonrisa.
Quizá el consuelo de Giménez pase por una regla convencional de este juego. El fútbol siempre ofrece una revancha. Y la suya puede llegar en Málaga, 6 días después de su desgracia.