Son ya muchas pretemporadas a mis espaldas. De jugador, de aficionado, de amante y seguidor de este deporte y pocas veces he acertado a dar un veredicto categórico recién visto un equipo que, con el paso de los meses, haya acabado dándome la razón. Es verdad que los primeros compases empiezan a mostrar la personalidad de estos, nos muestran sus intenciones, sus carencias y algunas de sus virtudes. Además, podemos hacernos una composición más o menos cabal de que se quiere y cuál es la fórmula para conseguirla. Pero jugar a blanco o negro con tan pocos argumentos de análisis me parece tremendamente precipitado y, además, un error demasiado extendido. Primero, porque todo cambio necesita su adaptación y segundo porque esta obra necesita las últimas pinceladas. Si alguno supiera que siendo un chaval de instituto Walt Disney fue despedido de un periódico por falta de creatividad… De todas formas estas sentencias simplonas tienen muchas posibilidades. Al final es jugártela al 50%. Por eso yo prefiero los que me argumentan con hechos y no se dejan llevar por el cortoplacismo de los resultados. Quinielistas somos muchos, acertantes muy pocos.
El fútbol y el deporte en general se ha convertido en la eclosión de videntes de todo tipo. Aquellos que, sin detenerse un minuto en el análisis pormenorizado de las cosas, se juegan el crédito al todo o nada. La vida y él deporte requiere de tiempo y este, sabemos que pasa demasiado deprisa. Pero conviene mirar las cosas desde el prisma adecuado, sino caemos en el error de andar cuestionando cada movimiento. Sino entendemos que todo éxito lleva consigo equivocaciones, es que vivimos instalados en el fracaso. Huyamos de esa corriente de analistas y aficionados que se vanaglorian de saber de todo y en definitiva no saben de nada.
La apuesta por Leo es arriesgada, en eso estamos de acuerdo, pero carecemos de los argumentos necesarios para sentenciar un proyecto que apenas lleva unos días de camino. Calmemos nuestra ansiedad, abstraigámonos de los entornos que desgranan con envidia nuestra caída y centrémonos en aunar nuestras fuerzas en el mayor reto que deportivamente nos ha puesto la vida. Seguramente no seremos de un plumazo mejores, ni conseguiremos ser más fiables defensivamente, ni tan siquiera abriremos la lata con suma facilidad, pero dejaremos trabajar con mucha más calma y tranquilidad. Si hay un equipo que no le apuran las urgencias somos nosotros, aprendamos a convivir con el error. Equivocarse es de humanos.
“Por menor que parezca ser la exigencia, mayor debe ser el compromiso”
Las pretemporadas son eso: pretemporadas. Un espacio de tiempo donde el futbolista recibe multitud de consignas, aderezadas con sesiones muy físicas y donde el resultado es, quizás, lo que menos se valora. Tiene tan poca relevancia los resultados obtenidos en el desenlace final, que no sirve de mucho echar las campanas al vuelo si estos son muy positivos, como tampoco conviene descuartizarse si estos no te acompañan. La mesura es ese bien codiciado, que por muy fácil que parezca, no todos los clubes saben gestionar.
Siempre he creído que los amistosos ante rivales de menor categoría son trampas de las cuales apenas se saca nada. Nunca me gustaron. Preferí batirme el cobre ante rivales más duros, que a priori tienen una entidad mayor y se les presupone que tienen la victoria asegurada. Este tipo de rivales te exigen, te motivan y sacan lo mejor de ti. Pero reconozco debe de haber una mezcla de todos y por menor que parezca ser la exigencia, mayor debe ser el compromiso.
Y como uno no es un lunático y me consta que dentro ya se han dado cuenta. Conviene no repetir lo de El Burgo y sea ante el rival que sea, la SD Huesca no se puede permitir perder ese gen competitivo que tan buen resultado le ha dado. Si algo ha demostrado este grupo es mucho orgullo, compromiso y afán de superación. Quizás fue un mal día de julio, quizás todo cambie en Tudela. Por eso, a estas alturas y en este club, conviene recordar que aquí está permitido fallar, es la moderación lo que nos ha hecho grandes, pero nunca podemos perder nuestra identidad. En el momento más bonito, el mejor, debemos recuperar lo que nos ha funcionado. Así hemos alcanzado la cima, quien quiera, nos puede copiar.