Argentina venció a Francia en la tanda de penaltis y alzó la Copa del Mundo en Qatar tras un monumento al fútbol, en el relato más especial de toda la historia. Messi, autor de dos goles en el partido, alcanzó por fin el título que culmina la mejor de las carreras. Francia resucitó dos veces a lomos de Mbappé, que firmó una actuación memorable ante la mirada del mundo. Hubo todo en el duelo: drama, agonía, talento y una historia inigualable. El Dibu Martínez se coló en la fiesta de Messi y Mbappé para decidir un partido que no acabará nunca.
La albiceleste ganó como solo ella puede hacerlo. Tuvo el control durante 80 minutos, pero nunca le sentó bien el camino más sencillo. Escogió el drama, el esfuerzo colectivo y el sufrimiento como forma de vida. Se jugaron muchas finales en una sola. En la primera, Argentina arrolló a Francia, a través del regate de Di María y del juego inteligente, sostenido, de Leo Messi. Francia revivió con Mbappé, autor de tres tantos, capaz de aprovechar media ocasión para ser el mejor de todos los solistas. Messi lo fue también, con dos goles que decidieron una lucha de gigantes. El 10 culmina su leyenda.
Argentina y un primer tiempo ejemplar
Leonel Scaloni le ganó la pizarra a Didier Deschamps, emparejó los dos sistemas y volcó su juego por el costado izquierdo. Di María mostró que el regate es la suerte más eficaz de este deporte. Un atajo tan válido para un partido de infantiles como para una final del Mundial. El centro del partido se trasladó a su banda, asistido por Messi, para que Di María fuera el primer ángel de Argentina.
En ese lugar del partido coincidieron pronto el extremo argentino y Ousmane Dembelé. En la jugada en la que se encontraron, Di María fue un diablo y Dembelé un pardillo. El recorte del argentino dejó vencido al francés, que provocó el traspiés que abrió la final desde los once metros. Messi ejecutó con calma en el terreno de las prisas (1-0). Fue hielo en el fuego de Qatar.
En el primer tiempo, Argentina bloqueó a la Francia de Deschamps, le hizo parecer un conjunto pasivo, débil, sin alma ni hambre de grandes logros. El equipo de Scaloni combinó el hormigón y la seda, la pausa y la aceleración. La albiceleste mostraba su agresividad, su tensión competitiva y su fútbol. También sus ganas de vencer. El juego se volcó hacia la zurda, mientras Messi y el pelotón que forman Enzo Fernández, MacAllister y Rodrigo De Paul, buscaban el quiebro de Di María y el desmarque de Julián Álvarez.
El segundo gol fue un canto al fútbol veloz, en la transición más bonita del torneo. La albiceleste recorrió un mundo a pocos toques, mezclando la estética y el vértigo. El contragolpe lo resolvió Di María (2-0) con un tiro ajustado. El Fideo fue sustituido después y desde el banquillo lloró todo lo que se puede llorar en un partido. Los dos goles le dieron poso y una aparente sensación de control a Argentina, hasta que Mbappé pidió paso en el partido.
La reacción de Mbappé y de Francia
Kylian Mbappé tiene el fútbol en sus manos. Veloz, elástico, es la ecuación más simple, el camino más corto para vencer. Kolo Muani fue su mejor socio y Mbappé decidió en dos minutos que el partido no se acabaría en el tiempo reglamentario. Se alió con el punto de penalti en el primer gol (2-1) (en una suerte que repitió dos veces más tarde) y encontró la esquina de Emiliano Martínez en el segundo, en un remate plástico, imparable (2-2). Francia fue un vendaval, mientras Mbappé estaba en plena inspiración, en estado de trance.
Argentina parecía muerta, pero siempre tuvo mil vidas para los partidos. Renació a través de los cambios y de la zurda inmortal de Messi. El 10 amenazó dos veces desde la distancia, en busca del gol más importante de su carrera.
Ese protagonismo llegó en la prórroga, en el lugar de todas las agonías. Al trote o al paso, Messi siempre tuvo el mapa del partido en la cabeza. Y después de proyectar la carrera y el remate de Lautaro, cazó el rechace en el área. Le llegó a la diestra y marcó con suspense en el 108 (3-2), en el punto exacto en el que todo parecía decidido. Celebró como si lo fuera, pero de reojo miró a Mbappé, que forzó y marcó el penalti sobre la hora para llevar la final más bonita a la tanda (3-3).
Antes hubo espacio para un milagro del portero de Argentina, bendecido por un pie similar al que puso Casillas ante Robben en Sudáfrica. Lautaro mandó la réplica fuera. Todos sufrían ante el desenlace, pero disfrutó el Dibu, capaz de anular los lanzamientos de Coman, Tchouméni y Kolo Muani. Los dioses del fútbol fueron justos también con los dos dieces, que no fallaron desde los once metros ni en el partido más legendario del mundo.
Ganó Argentina entonces, gracias a los aciertos de Messi, Dybala, Paredes y Montiel. Lo hizo en el perfecto reflejo del drama, de la más pura de las emociones. El héroe secundario, Emiliano Martínez, decisivo en el tramo final, le puso una sentencia ideal al partido: “No pudo haber un mundial que haya soñado tanto como este”. Tampoco una final tan soñada por el fútbol y todos sus admiradores. Argentina, al borde del infarto, fue capaz de escribir en el último baile de Leo Messi la historia más bonita jamás contada.
El fútbol fue épica, magia y tango. Y el trofeo argentino fue más de oro que nunca.
El titular evidencia el poco fútbol que habéis visto… será por todos estos años en la smart…