ZARAGOZA | Carlo Ancelotti definió en una rueda de prensa de hace tres años a Nacho como un defensa pesimista. Sus declaraciones textuales fueron las siguientes: “Es un jugador que tiene la capacidad de estar concentrado los 90 minutos, y no todos los defensas lo pueden hacer. Hay dos tipos de defensas en mi manera de entender el fútbol, el defensor optimista y el defensor pesimista, él es un defensor pesimista porque piensa siempre que algo puede pasar y por eso está concentrado los 90 minutos”.
Si hay otro defensa al que le va perfectamente esa definición expresada por el técnico italiano del Real Madrid, ese es Bernardo Vital. Un central, el portugués, que vive en la intranquilidad constante, no hay lugar para la paz y la tranquilidad en las zonas donde él se mueve en el terreno de juego. Sabe mejor que nadie, que si te relajas te la “cuelan”, y es entonces cuando ese pesimismo toma todo su sentido. El pesimismo como único concepto al que agarrarse para que la vida, ya que no puede ser un remanso de paz y felicidad, por lo menos no se convierte en un agujero negro donde la única luz posible la pongan los ojos cerrados.
Si Bernardo Vital fuera un escritor y pensador sin lugar a dudas sería Cioran. Ese rumano “afrancesado” que lo veía todo oscuro para que ese destello que promete la vida no le dejase ciego. Parafraseando uno de los mejores títulos de este autor, lo que siente Bernardo Vital cuando su equipo recibe un gol es lo más parecido a estar en “las cimas de la desesperación”. El sufrimiento es algo indivisible al ser humano, pero si hay alguno que puedes evitar, lucha para que este no llegue. Y eso es lo que hace Bernardo Vital, una batalla personal donde recibir un gol, no sólo supone una derrota futbolística, sino también moral y vital.
A Bernardo Vital no se le ve sonreír, si no lo hizo en la rueda de prensa de su presentación como jugador del Real Zaragoza, en un ambiente distendido y relajado, menos lo hará sobre el campo. Él salta al césped sabedor del sufrimiento que ello conlleva. Un gol en contra se clava en el corazón del equipo y de la afición que lo recibe, como un cuchillo en el corazón que se va retorciendo para que el dolor dure el mayor tiempo posible. No se puede estar tranquilo ante esa posibilidad que está a la vuelta de la esquina. Y eso él lo sabe mejor que nadie. Estoy seguro de que cuando ve a un jugador sonreír sobre el verde, piensa en la bisoñez de ese acto, algo propio de un niñato inexperto. Que confunde la hierba del terreno de juego con ese chavalito que da su primer paseo por el parque con su primera novia, que mira el horizonte embobado y un estado de embriaguez anímica que anula la visión de la realidad. Bernardo Vital y yo sabemos que ese chico será abandonado por esa chica tarde o temprano por su nulo carácter y por dar por eterno un instante que siempre acaba. La única novia posible para Bernardo Vital sobre el césped es que la portería propia se mantenga virgen.
Bernardo Vital lidera el equipo desde la zaga. A su “pesimismo” añade otras virtudes futbolísticas como su buen trato a la pelota. Sabe sacar bien el balón desde su zona, cosa que le hace poder jugar también como medio centro defensivo. Tiene una muy buena visión táctica de lo que ocurre en los partidos, lo que le hace saber ordenar a sus compañeros y darles las ordenes que considera oportunas. En eso me recuerda algo a Gaby Milito, carácter e inteligencia táctica y técnica desde la retaguardia.
Una cosa queda clara, y es que en este mundo tan contradictorio y difícil, la amargura de Bernardo Vital será la alegría de la afición zaragocista.