HUESCA | La vieja N-240 entre Huesca capital y Lérida es una cicatriz que divide de forma sutil el Alto Aragón en dos: al norte las comarcas pirenaicas, al sur la estepa monegrina. Si el deporte es un vector económico de primer orden y de promoción del territorio, el sur de la provincia altoaragonesa también ofrece posibilidades de primer orden. Quizá no, seguro que la bandera de enganche es la Orbea Monegros. Al menos para los que les gusta ir en bici. Y allí, la comarca ofrece un sinfín de desafíos con sendas y caminos ‘infinitos’ que permiten almacenar kilómetros.
Quizá el sol castigue más de lo que uno espera. Seguro que horas después de la lluvia ese particular barro que se conforma -el denominado buro- endurezca el recorrido, lo haga más exigente. La verdad es que los caminos de la estepa monegrina son atractivos. Acostumbrados al ver del bosque, ahora vamos a pedalear entre campos agrícolas y paisajes esteparios. Solo tememos al calor, pero hacerlo a primera hora nos va a dar cierta ventaja. Por cierto, a veces, el calor, fuera de los meses estivales y las horas críticas del día tiene algo de leyenda, pero, por si acaso, hidratémonos bien.
Monegros tiene en la Cartuja de las Fuentes una de sus referencias. Icónico monumento, aquí abrimos ruta con el deseo de volver para apreciar el interior de un edificio cargado de historia, propiedad de la Diputación Provincial de Huesca, que recibe con relativa frecuencia a turistas extranjeros procedentes de los lugares más remotos de la geografía mundial. Australianos, filipinos, japoneses o chinos han puesto en él sus ojos, atrapados por su belleza. Desde que las visitas guiadas se pusieron en marcha en 2015, la media al año ya se sitúa en 7.000 personas, pero se prevé un aumento; precisamente ligado a que cada vez son más espacios los que se han rehabilitado dentro del conjunto monástico y por supuesto, debido a sus pinturas murales.
Por eso es interesante que después de una ‘pedaleada’ y descansados paremos en él. Abrimos la ruta dirección a Peñalbeta por un terreno que nos permite rodar y coger ritmo, porque luego la ruta ‘picará’ y será más exigente porque la llanura inicial muta en baches, piedras sueltas y pequeñas ‘trincheras’. Nos vamos a ir a San Caprasio. Y eso implica un ascenso prolongado que nos va a tensionar. Al menos, sabemos -o intuimos- que la cima traerá premio: el contraste entre la llanura del propio Monegros y comarcas lindantes con el relieve del Pirineo, que en este mes de mayo y gracias a las últimas nevadas tiene una imagen singular para estas alturas del año.
Llegar a San Caprasio implica haber metido en nuestras piernas casi 500 metros de desnivel en 23 kilómetros. Una vez repuestos del esfuerzo toca regresar por donde hemos venido, siempre con cuidado en los descensos, pero con la seguridad de haber pasado una buena jornada al sur de la N-240. Por cierto, reponer fuerzas con barritas está bien, pero mejor hacerlo en cualquier localidad monegrina y probar su gastronomía.