La visita a Burgos del Real Zaragoza fue el principio del fin de su temporada. El equipo de Víctor fue peor, tanto en el fútbol como en las áreas y si Sancris acaparó todos los focos aquel día, Poussin aprovechó El Plantío para doctorarse, para espantar todos sus fantasmas. Dentro de la derrota hubo una pequeña victoria grupal que siempre amparó el cuerpo técnico: el milagro del portero francés fue un poco de todos.
El Burgos que visita esta tarde La Romareda es un equipo diferente en forma y fondo. Sin Bolo y con Ramis en el banquillo, los blanquinegros también han atravesado un proceso traumático con la marcha del entrenador vasco. Más cerca del descenso que del playoff, su temporada se siente como una derrota, como una involución clara en la inercia del proyecto. Sus intérpretes no han cambiado mucho, pero su rendimiento está muy por debajo de lo esperado.
Si en verano fue clave la reconstrucción de la parcela defensiva tras perder a Caro, Elgezabal y Matos, el invierno sirvió para minimizar riesgos y para apostar por viejos conocidos. El culebrón Sancris marcó el mes de enero, en una negociación que Michu saldó con éxito. En esa línea de tres mediapuntas se fabrican las mejores cosas, con Curro en el centro de todas las operaciones.
Burgos, un equipo herido
Abonados a los resultados cortos, salir de El Plantío es un shock a todos los niveles. Sin apenas victorias como visitantes, el Burgos llega herido, tocado en el orgullo. Un equipo así siempre fue más peligroso, en una amenaza que el Zaragoza ya sintió en sus propias carnes.
La temporada de ambos no es muy diferente. Condicionados por las lesiones, tanto Burgos como Zaragoza le cambiaron el paso a sus objetivos. Si al principio los dos miraron para arriba, ahora encuentran en la clasificación un solo consuelo: el nivel anticompetitivo de los cuatro de abajo.