En el juego del espejo, el de verte y reconocerte, hace mucho que el Real Zaragoza no triunfa. El espejo, la superficie de cristal que retrata lo que tiene enfrente, es utilizado en multitud de ocasiones en el mundo del fútbol. José Gomes, exentrenador de la SD Ponferradina, lo usó el pasado sábado, sin ir más lejos, para argumentar su dimisión. Sin embargo, es un atajo perfecto para copiar matices de otros clubes que sí funcionan y ahí, el Real Zaragoza ganaría distinguiendo al Burgos como un club modelo al que seguir sus pasos.
El conjunto burgalés representa varios de los puntos a los que el Real Zaragoza achacaría gran parte de su mediocridad actual y declive progresivo. Con Julián Calero, en El Plantío hay el que posiblemente sea el discurso más potente de la categoría. A partir de la optimización de recursos (también desde la dirección deportiva), el dominio de las áreas y el conocimiento de virtudes y defectos, la realidad del Burgos ha pasado de sufrir el fútbol no profesional a entender la Primera División como un objetivo valiente y posible.
¿Jugar bien o jugar bonito?
La distinción entre jugar bien o jugar bonito es el punto de partida de un equipo que ha cimentado un bloque histórico defensivamente hablando. ‘Churripi’, portero del cuadro castellanoleonés, ha firmado el récord de imbatibilidad del fútbol español (1.293 minutos). Y en la meritocracia, tan de moda ahora por las convocatorias de los seleccionadores para el Mundial de Qatar, el Burgos también gana a los puntos. Quizás sin dominar todas las parcelas, pero sí explotando mejor su superioridad en unas pocas.
El segundo puesto que ocupan en la clasificación no es ninguna casualidad. Más bien, el reconocimiento que merece un proyecto que lejos de crecer desde las individualidades – las tiene -, como Deportivo Alavés, Las Palmas o Granada, construye entendiendo al bloque como soporte de todo. El Real Zaragoza visitará el domingo un campo inexpugnable desde el 30 de abril, pero donde ya ganó la pasada campaña. Un postrero tanto de Álvaro Giménez después de un ejercicio de supervivencia colosal por parte de los zaragocistas ante el asedio burgalés cortó de raíz la racha interminable de empates.