El balonmano español sigue empeñado en vivir en una espiral autodestructiva en la misma proporción en la que urge introducir cambios para evitarla. Es difícil encontrar un deporte que con tatos éxitos a nivel de clubes y de selección –obviemos lo ocurrido en el último preolímpico- pueda coser tantos desatinos. El último, la salida del BM Aragón y la derivada que supone. Sí, son los clubes de Asobal los que pusieron las normas y lo hecho –quitar los puntos conseguidos contra el equipo zaragozano- es lo que firmaron. Además de lamentar la pérdida de un equipo de ese peso y que el balonmano de elite salga de un plumazo de la quinta ciudad por número de habitantes de España estaría bien haber actuado con algo de cirugía con anterioridad.
Quien no esté listo para cumplir el calendario no debe salir a jugar. Al final, cuando se va trampeando las cosas, la caída es inevitable. Será tarde o temprano, pero uno se cae. Y luego las consecuencias. No puede ser que un equipo desahuciado por su juego vea la luz porque se le resten puntos a los de arriba, ni que quien tiene en sus objetivos la permanencia con cierta seguridad o arañar el sueño europeo se vea inmerso, de repente, en salvarse de la quema. Es lo que firmaron los clubes, pero no parece muy razonable la medida. Si un equipo perdió a un jugador por lesión en un partido que ‘no se jugó’, ¿cómo se le resarcia? Pero no solo es el caso del BM Aragón. En el alambre parece que hay alguno más. ¿Qué pasaría si otro club deja la competición? Lo que está claro es que muchos de los problemas económicos de los clubes vienen de aquellos tiempos de cuando pensábamos que éramos ricos con plantillas sobredimensionadas para lo que producían y una inane respuesta para sacar provecho de los éxitos de los clubes y la selección.
Y no es solo un tema de comparecencia en la competición, hay otro hecho que sirve para cavar aún más honda la fosa donde se encuentra este deporte. El balonmano español debería tener peso suficiente para diseñar un calendario más factible. No puede ser que la competición sea como el Guadiana. La desconexión con la afición es evidente. Se pierde la cadencia necesaria para mantener tensión en un deporte que, como todos, se debe a la afición. Con un juego eléctrico como pocos es inadmisible que la Asobal se estire y se contraiga como un chicle. Así es difícil salir de donde se encuentra un deporte espectacular y que, encima, amenaza con entrar en tiempos más oscuros.
Afortunadamente, las orejas al lobo se vieron. Muchos clubes trabajan de forma eficaz con la cantera, sus presupuestos son racionales y los jugadores empiezan a apostar por la seguridad y la palabra dada por encima de promesas difíciles de cumplir. Que hay tiempo para hacer bien las cosas no cabe duda alguna. A favor juega la propia espectacularidad de este deporte. A poco que se hagan bien las cosas, volverá con más fuerza. Y, sobre todo, con los cimientos más firmes. Nadie pone en duda de que cuenta con los mimbres adecuados para resurgir. Eso sí, debe eliminar la mala hierba que le impide crecer con sentido y proporcionalidad.
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