El Real Zaragoza venció ante el Sporting y logró cambiar las tendencias en Romareda. Mollejo firmó un triunfo que se explica también a través del entusiasmo de Simeone, del fútbol sensato de Jaume Grau y de una visible mejora colectiva. Juan Carlos Carcedo ha dado con una tecla casi siempre invisible: la victoria. Su Zaragoza ya sabe ganar. De momento, lo ha hecho sin grandes alardes, con resultados cortos, pero con el conocimiento concreto de las claves de la categoría.
Ante el Sporting mantuvo la pauta desde atrás, jugó siempre que pudo y, cuando se atascó, encontró el atajo a través del fútbol directo. Ahí Simeone es la llave maestra. Se ofrece al espacio, guarda el balón y abre un horizonte para el resto. Para él, no hay balones perdidos. Y precisamente por eso, el regreso de Iván Azón le añade un punto de ilusión a la temporada. Se espera que Azón y Simeone sean hermanos en el juego y que formen una delantera total.
Carcedo dedicó el triunfo a una afición que no había cantado victoria en las dos primeras oportunidades. Antes, construyó un equipo que supo defender su ventaja. En el progreso del grupo, Manu Molina merece una mención especial. El mediocampista, irregular hasta el sábado, se volvió una pieza segura y fiable. Recuperó, disparó y jugó para él y para el resto. Cuando se le agotaron las fuerzas, la segunda unidad mejoró también los recursos del grupo. Francho Serrano se adapta a todos los contextos, Miguel Puche es una solución al espacio y Petrovic lee los partidos con ese guión que solo ofrece la experiencia.
Curiosamente, cuando las prisas empezaban a aparecer, el equipo aragonés ha encadenado dos triunfos que le sitúan en un lugar totalmente distinto. El Zaragoza sonríe ahora, convencido de todas sus posibilidades, con ese brillo que solo dan las victorias.