Los de Quim Costa compitieron un cuarto y luego desconectaron flagrantemente para diversión del rival. Los riojanos no dudaron en ofrecer un choque intenso con tintes de exhibición a su público tras una campaña tan irregular como la peñista. A falta de tres partidos y con la permanencia lograda el socio peñista espera una reacción en los suyos por orgullo. La directiva saliente lo merece.
Imagen durante el encuentro | Foto: sporthuesca.com / Miguel HerrerosLo que tiene no jugarse nada es que sin la tensión propia de la obtención de objetivos los jugadores juegan más relajados, y eso normalmente es sinónimo de espectáculo. Los ataques prevalecen a las defensas y el mayor beneficiado es sin duda el espectador. En Logroño, ni el Clavijo ni el Peñas salieron al ruedo sin necesidad clasificatoria, pero sí con amor propio. Y en muchas ocasiones es hasta más poderoso. El primer cuarto tuvo un claro protagonistas en los de Quim Costa; Van Oostrum se hinchó a anotar en su terreno, favorecido por la permisividad involuntaria que reinó en las defensas. El 28-26 hablaba por sí solo. Troutman también reivindicaba su cuota de disputa por el MVP con su juego interior.
En el segundo cuarto y ante su público, los riojanos quisieron escaparse en el marcador; tuvieron un primer arreón de hasta 10 puntos (43-33),contrarrestado por los peñistas (43-39), y un segundo que les valió irse al descanso con 11 puntos. (58-47).
A partir de ahí el Peñas ya no se conectó al partido y dejó de arrimarse al contrario en el electrónico. El choque parecía un amistoso donde la diversión era el leitmotiv. Y Clavijo se lo pasaba mejor: Carlson y Nwogbo eran un martillo pilón y los peñistas poco a poco iban apagando el consola. La partida ya no les gustaba y buscaban el final. Algo realmente impropio de este equipo que, si por algo se ha caracterizado, siempre ha luchado hasta el final sabiendo el peso del escudo que lucen. En esta ocasión, quizás por la ventaja obtenida por el rival, quizás por el desgaste mental que ha supuesto esta trabada campaña hasta el desahogo de la semana pasada, no lo pareció tanto.
Los números del final del tercer cuarto eran de pachanga (85-64). El que peor lo estaba pasando era Costa. Su competitividad no le permitía ver lo que estaba viendo. Los tiempos muertos eran cortos para explicar su impotencia. El Peñas era el invitado a una fiesta en la que los riojanos se desquitaban de una campaña mediocre. Y así iban pasando los minutos. El aficionado riojano se apostaba un champiñón en la calle Laurel a que su equipo pasaba de los 100 puntos. Y pasó. 104-84. Esperemos que tras este lapsus, el equipo peñista se reactive. Quedan tres partidos y el socio peñista merece un buen sabor de boca final antes de votar. Porque esperemos que hasta haya que hacerlo. Ojalá. Este histórico gran club no merece menos.