ZARAGOZA | El Real Zaragoza perdió ante el colista en un final trágico, conocido, que hace todavía más grande su leyenda negra y más hondo el pozo de esta temporada. Debía haber sido el final de Julio Velázquez, pero la propiedad le mantiene la confianza y lo hace en el nombre de Juan Carlos Cordero. La opción ha pasado de ser una apuesta personal y arriesgada a una decisión dolorosa, que no encuentra ya justificación.
La Romareda aguardó paciente al final para emitir un veredicto. Se esperaba la pitada en el cierre, pero no un gol que debió cambiar la historia. El golpeo de zurda de Morcillo congeló a la grada. El vaivén de sensaciones fue rápido: primero hubo incredulidad, después ira y al final una larga decepción. El fútbol fue entonces pesadilla y lamento.
El Real Zaragoza es ya un equipo sin identidad, sin juego, sin intención. Velázquez ha conseguido algo que se propuso en su presentación. Quiso un equipo reconocible. Y la afición reconoce al equipo de Velázquez. Pero, como es lógico, no es el equipo que ningún zaragocista quiere ver. El grupo se ha convertido ya en el vivo reflejo de su entrenador. Es un equipo aburrido, sin recursos, confuso en su dibujo, rácano en su propuesta.
Durante la noche de ayer se llegó a pensar que el complejo entramado de la sociedad impedía una rápida solución para un problema que debía estar ya previsto. Hoy el veredicto es otro. Juan Carlos Cordero ha logrado convencer a todos sus superiores. Si ni siquiera él tuvo claro ayer que Velázquez se sentaría en el banquillo ante el Valladolid, hoy vuelve a ser su mejor valedor, el único defensor de su propuesta. La elección sirve para ganar tiempo, para posponer una muerte que ya se anuncia.
Ante los medios, el técnico despeja las reflexiones que no le gustan con una frase que ya ha hecho suya: “¿Y cuál es la pregunta?”. Y hoy todo indica que Velázquez nunca debería ser la respuesta.