Quizá el fútbol sea la más importante de las cosas triviales. Están por encima el amor, la política y la guerra, aunque el fútbol comprende estas y otras muchas maneras de entender qué hacemos en esta latitud del mundo. Nos gusta porque nos explica. Dice más nuestra fidelidad al asiento de Preferencia en el Alcoraz cada 15 días que ponerle buena cara al jefe de lunes a viernes. El fútbol contiene el universo. Hace pensar (vale, poco, pero piensas), cruza la ética con la estética, enseña Matemáticas, une comunidades, asume que la violencia ha de erradicarse y eso no todos lo entienden, genera ídolos y mártires, te da conversación con tu cuñado…
Tan racional, sujeto a un reglamento, un ancho y un largo, unas porterías con medidas preestablecidas, con un juez omnipresente pero no omnisciente, se mece al capricho de lo inesperado, al detalle que lo cambia todo e incluso a la superstición. Y traza paralelismos en el espacio y el tiempo. También opuestos, con el gol de Samu en Reus y el de Ortuño. No se puede desvincular el penalti que Herreras paró a Toché del que, hace casi diez años, Larrosa detuvo a Jorge Molina en Benidorm. Como dos afluentes del mismo río, el Huesca sobrescribe su historia sobre renglones borrados.
Sometido a las fuerzas ingobernables del fútbol, el Huesca asiste a los sucesos de esta temporada con el mismo asombro de una década atrás. Parecía imposible siquiera plantearse el ascenso a Segunda A cuando en Écija se recogieron los frutos tempranos de las semillas plantadas en el verano de 2006.
Anquela vino a la capital un año y pico antes para salvar a un equipo desorientado. El míster se sabe acreedor de una huella perdurable en el fútbol español. Casi lo logra en Alcorcón, donde se quedó a un gol del ascenso, y su paso por Primera con el Granada fue tan efímero como impreciso para explicar sus dotes como preparador. Es su hora, por capacidad, méritos y el karma que te quita y da.
Los jugadores, que llevan semanas hablando del play-off sin renuencia, se saben fuertes y exhalan el aliento a Oviedo, Cádiz, Getafe y Tenerife. En una carrera de cinco habrá uno que será el siete, uno de los números más feos en Segunda División. Con la gran ventaja del que no tiene nada que perder, el Huesca se gusta en escenarios hostiles, mete miedo y cede tan pocos centímetros como los demás. No le incomoda la presión de verse arriba ni la ansiedad de no coger al sexto. Quiere hacer historia o, como mínimo, divertirse. Ya la hizo. Si pierde, porque no va a fracasar, no rendirá cuentas a nadie. Y si gana será la cima de la irresistible ascensión de estos diez años; una gesta de justicia, fortuna, épica, pureza y verdad. De fútbol.