La ansiedad es muy mala, mi brother. Un bicho que se te mete por dentro y te come el tarro. Sudores fríos, taquicardias, tembleques, parálisis, tartamudeo, ardores de estómago… son síntomas que aparecen cuando uno pierde la calma. Para paliarlos no hay nada como saber respirar más lento, darle la vuelta al calcetín de los malos pensamientos, ponerte a otra tarea y regular el ‘cuore’ a ritmo caribeño. Despreocuparse. No es tan sencillo.
Un ataque de ansiedad llamado Real Madrid se coló bien ‘adentrito’ en el cuerpo al Casademont. Tan, tan fuerte que le causó una crisis de libro gordo de Petete. Tampoco eterna, unos seis minutitos de nada, pero suficientes para dejarle aturullado ante el reflejo de la realidad. Una crisis que no es nueva, es una repetición de todas aquellas que le ha dado a tanta gente, a tantos equipos, ante un rival que suma campeonatos sin pausa ni deterioro y está remotivado tras su Copa de Málaga.
Una crisis nacida en esa memoria traicionera, en la que el Casademont le venía al coco-loco en medio del chorreo la penitencia de once derrotas históricas en esa pista invicta (engordadas en sólo dos triunfos en 32 partidos con el Madrid), mientras que a los blancos le salía de las neuronas el recuerdo de la última y doliente derrota en Zaragoza, un cercano 2 de diciembre (81-67).
Ante la lista de bajas (Gaby Deck, Sergi Llull, Anthony Randolph…), la inclusión de tres canteranos en la convocatoria, la acumulación de partidos esta semana (había ganado al Olimpia Milano y al Asvel en Euroliga), el Madrid de Pablo Laso respondió con sus credenciales de competidor nato y de plantilla de altísima calidad. Pero sobre todo compitiendo, queriendo devorarse a un adversario que terminó comiéndose las uñas hasta el muñón en seis minutos del segundo cuarto (de un 26-26 a un 47-31).
Asfixia y poderío físico
La asfixia provocada sobre el bote de Carlos Alocén y Rodrigo San Miguel y la contundencia física de Usman Garuba se interiorizaron en la cabeza de Casademont como un demonio de Stephen King. En vez de templar el cerebelo, ahuyentar temores, repasar algún mantra tibetano y apaciguar la tensión, el cuadro maño cayó en la trampa de acelerar su pulso y sus acciones (perdidas y malos tiros) y, en esa batalla de taquicardias, el talento del Madrid fue desbordante en la claridad de encontrar al tirador liberado.
Con Nico Laprovittola, Fabien Causeur y Rudy Fernández, tan dosificado como ‘killer’, se interrumpió la producción de la línea exterior del Casademont, el bastión ofensivo de Porfirio Fisac. Brussino (5 en 2/4 en tiros), Ennis (6 en 2/8) y Seeley (9 en 3/7) amargaron el día a mucha gente en el Supermanager. Pena para el argentino porque Sergio ‘Oveja’ Hernández, su seleccionador, estaba en el Wizink viendo el partido entre el líder, con doce triunfos en racha, y el tercer clasificado de la Liga Endesa midiendo su ambición.
La defensa del Madrid redujo en veinte puntos (promedian 32) la producción del trío estelar del Casademont y, con ello, volatilizó la igualdad experimentada hasta ese minuto, el catorce (26-26). La agonía sobre el balón y la ya esperada superioridad interior, extendida por la hiperactividad de Usman Garuba, fundió al Casademont en la precipitación que no compensó con cabeza fría ni más piernas detrás, ecuación que conllevó un parcial de 21-5 en el que se resolvió muy pronto el resultado. El acierto triple de Rudy y Laprovittola y el apoyo de Causeur terminan de interpretar las razones de esta crisis de ansiedad.
La angustia siguió tras el descanso (66-43 como máxima), aunque llovía ya menos. Sólo un ansiolítico como Robin Benzing, que enhebró varios triples para colocar a nueve la desventaja (73-64), y la terapia de poner a Javi García a dirigir paliaron los efectos del ataque. Garuba volvió a colgarse de la chepa del Casademont para finiquitar la tarea y convertir los últimos minutos en un pachangueo.
En medias de esto, Jason Thompson completó su tercer partido como ‘rojillo’ (4 puntos y 7 rebotes). Y en los tres ha demostrado cosas diferentes para describir un perfil al que le queda ponerse en forma de cara a otras pugnas menos desiguales que la que tenía ayer con el inacabable Walter Tavares. Si en su debut fue efectivo, anotador y brillante en el pase, ante el Lietkavelis estuvo más pendiente de los árbitros que del juego, en el Wizink mostró una versión cooperativa, oscura, mirando poco el aro, buscando el pase en ataque y concentrado atrás, quizá más cercana a lo que se le va a pedir en días sin tantas ansiedades.