Cinco años han pasado desde aquel 3 de agosto de 2017. Un lustro desde que Cristian aterrizara en Zaragoza como un ex-fugitivo del fútbol. Alguien a quien ser futbolista le había torturado en los últimos años de su carrera. Se pudo dudar más o menos de su fichaje. No importa. No queda nadie que ahora desconfíe de él. Un tipo diferente. Un loco. Un portero atípico. Ídolo. Santo. Genio.
Estos son cinco momentos que definen a una -ya- leyenda del Real Zaragoza. Por muchos más.
El Sadar no se lo podía creer
Sábado 17 de marzo. Día nublado en Pamplona. Aquí, a 178 km de distancia de Zaragoza, la figura de Cristian Álvarez se iba a engrandecer de tal manera que de los once tiros a puerta de los locales, solo se colaría uno con el tiempo prácticamente agotado.
El Sadar se vistió de gala para recibir a uno de sus máximos rivales por excelencia. Los zaragocistas empezaban a despegar rumbo a una Primera División que se vería frustrada, pero con la que se empezó a soñar con actuaciones como la de Cristian.
El primer en probar fue Lucas Torró. Sería la primera de unas cuantas estiradas de mérito. Cristian tuvo que emplearse a fondo para desviar un balón que acariciaba la red. Lo intentó más tarde Borja Laso desde el pico del área: el extraterrestre se estiró y paró sin problemas. Después, Quique se quedaría solo con el balón en los pies, prácticamente en el área pequeña. Cristian se hizo más grande de lo que ya es, y sacó una mano de hierro a un disparo que solo unos pocos elegidos pueden parar.
Borja Laso se empeñaría de nuevo, y esta sería la última de las nueve grandes acciones que desesperaron por completo al Sadar. Un misil teledirigido se dirigía al fondo de las mallas de la puerta defendida por el rosarino. Sin embargo, a este le pareció que un disparo de tan bella factura merecía una actuación a la altura. Estirada a mano cambiada y a córner. No hubo nadie en Pamplona que no se llevara las manos a la cabeza. Faltan calificativos para describir su encuentro.
Había Cristian para rato
El amor se demuestra con actos, no con palabras. Y la firma que el argentino estampó en su contrato de renovación acabada la 17-18, es una de las demostraciones más sinceras que un futbolista ha hecho en la oscura etapa de los zaragocistas en Segunda División.
No sabemos con certeza por qué. Quizá fuera la ciudad. El seguimiento incondicional al club. O la segunda oportunidad que le dio el Real Zaragoza para volver a sentirse futbolista. El caso es que Cristian decidió seguir en la capital del cierzo. Será que le cogió encanto.
La temporada comandada por Natxo González tuvo un protagonista común en todas y cada una de las jornadas que se disputaron: las actuaciones del guardameta.
Comenzó la temporada más tarde que sus compañeros, pero no tuvo problemas en ganarse la titularidad que se suponía le disputaba Ratón. Ágil como un gato, seguro con los pies, capitán dentro del vestuario, y una figura a la que agarrarse cuando el encuentro se ponía de color gris. Lo cierto es que no hubiera pasado absolutamente nada si Cristian hubiera fichado por un club de mitad alta de La Liga. Sin embargo, decidió seguir. Quizá pensando en el ascenso y en disputar un Mundial con su querida Argentina. Desde entonces, no ha habido quien le haya echado de la Puerta del Carmen.
Cristian, el parapenaltis
Estas líneas quizá no describan un momento en concreto, pero sí una virtud: el zaragocista de La Romareda puede aferrarse a algo cada vez que un contrario posa el balón con cariño en el punto de la pena máxima.
Un genio bajo palos no podría parar los penaltis de una manera ortodoxa. Mirada hacia un lado, el látex de sus guantes sobre sus mejillas, y cuando siente que el contrario va a golpear el balón, su intuición le susurra el lado al que se debe lanzar. Así en 23 ocasiones. De las cuales ocho, no acabaron en gol. Las siete primeras por su habilidad felina, y la octava -supongamos- que por su presencia. Fue al larguero.
Es un regalo sentir que no está todo perdido cuando el Real Zaragoza está al borde de recibir un tanto desde los once metros. A ciencia cierta, se sabe que en uno de cada tres penaltis, el genio frotará la lámpara y se vestirá de héroe. Con el de Rosario, las penas máximas a veces son mínimas.
Un cabezazo divino
Era ya lo que le faltaba, marcar un gol para, por si quedase alguna duda, consolidarse como Jesucristian. Un portero con poderes divinos al que se le pasó por su cabeza subir a rematar aquella falta lateral. Bendita falta.
El lanzamiento vendría precedido de -quizá- el mejor destello que se le vio a un tal Vuckic con la camiseta del Real Zaragoza. Un regate acabado en falta, que permitía disparar a los maños su última bala de la cartuchera.
El tiro debía ser preciso, y por tenía que acabar sí o sí en las redes lucenses. Los locales se habían sobrepuesto al gol del empate de Adrián González, y con su tanto en el 81 los fantasmas de un descenso real sobrevolaban las cabezas de los de Juan Ignacio Martínez. No era para menos. La derrota en el Anxo Carro dejaba al Real Zaragoza muy tocado, y puede que hundido, a falta de que completaran la jornada todos los partidos aún sin disputar.
Sin embargo, la Virgen del Pilar volvió a viajar con los zaragocistas, y le susurró al bueno de Cristian que esperara un balón llovido en el segundo palo. No fue el mejor remate de cabeza que se haya visto. Por ser, fue hasta de hombro. Pero entró.
Cristian alzó el brazo y señaló al cielo dando las gracias a quien sabe qué o quién, y todo el equipo se fundió en un abrazo fruto de la importancia del tanto. Desde este día, todos los 30 de abril deberían ser festivos en Zaragoza.
La mano que cambió el rumbo
Sonaban tambores de guerra, y aunque quizá no sea una de las que se recuerden por mucho tiempo, esta actuación del bueno de Cristian fue de las que marcan temporadas.
Zaragoza, 19 de febrero de 2022. El Real Zaragoza estaba ingresado en planta, a la espera de cómo fuese el resultado contra Las Palmas. Una derrota frente al equipo canario, y una suma decente de los equipos de abajo, podrían precipitar a los maños a quedarse al borde de entrar en descenso a falta de menos de media vuelta por disputarse.
Grau lo puso de cara, pero la chispa de Maikel Mesa sacudía el encuentro. Y de nuevo, cuando más lo necesitaban los de JIM, Cristian apareció. O, mejor dicho, se apareció ante todos los zaragocistas. Un pase de la muerte de Jesé a Hernâni invitaba a los fantasmas del descenso a La Romareda. Así como la fe mueve montañas, el argentino siguió la jugada consciente de lo que podía pasar. Y pasó.
El visitante golpeó mal el balón, y Cristian se estiró recogiendo el balón a milímetros de que el marcador cambiara a favor de los canarios.
Fue una parada de fe. Una parada que agrandó su leyenda y con el que el pronóstico de los de JIM pasó a ser favorable.