Hay determinadas disciplinas, como la gimnasia rítmica o el salto de trampolín, en los que la puntuación de los deportistas es obtenida tras mediar la dificultad del ejercicio y su nivel de ejecución. Un determinado ejercicio ejecutado de forma perfecta podría no pasar de 8, mientras que otro de mayor dificultad pese a registrar algún pequeño fallo podría aproximarse al 10.
En el desarrollo de los ejercicios intervienen dos actores principales: el entrenador y el deportista.
Este último tiene su cuota de responsabilidad. Cuidarse, alimentarse adecuadamente, descansar, entrenar una y otra vez la rutina…. Pero, ¿y la del entrenador? Motivar a su pupilo, entrenarlo y, para mí la clave: elegir el ejercicio adecuado para cada momento adecuándose a la competición en curso y, por supuesto, a la capacidad de sus deportistas. Decantarse por un ejercicio demasiado sencillo puede no dar para puntuar lo suficiente, sin embargo, elegir ejercicios demasiado difíciles puede abocar al saltador al fracaso.
Está claro que el fútbol y los saltos de trampolín se parecen como un huevo a una castaña. Sin embargo considero que es posible que Míchel esté equivocándose en la elección de la dificultad de los saltos a ejecutar.
La elección de ese estilo tan marcado e innegociable sea cual sea el rival, obliga a un grado de ejecución de 10, y eso no siempre es posible. De no ajustar el estilo de juego a la categoría ya, el resto de la competición puede ser tan inabordable como pretender afrontar cada partido con la obligación de ejecutar a la perfección un cuádruple mortal y medio hacia atrás.
Pablo Pueyo Canalís