El sábado 10 de junio del 2017 amaneció despejado, soleado, radiante, como si vaticinara lo que iba a ocurrir esa misma noche en el Ciutat de València. Uno de esos días que no se define entre primavera o verano, donde el calor húmedo de la costa no llega a ser una agonía constante. Un día perfecto, un día inolvidable para la afición de la SD Huesca que vio cómo culminaba la épica contra el Levante.
Cientos y cientos de aficionados azulgranas viajaron a Valencia. Era un partido histórico en uno de los campos más importantes de toda España; la cita merecía la pena. La marea altoaragonesa se hizo notar. El metro de la ciudad se tiñó de azulgrana y de vez en cuando algún grupo se animaba a comenzar algún cántico ante la expectación de los valencianos. Llegó la parada de Machado, la más cercana al estadio, y toda esa marea bajó del metro.
Conforme los pies se acercaban al Ciutat de València, el corazón se aceleraba y el estómago creaba un nudo incómodo que no se iba a ir hasta el final del encuentro. Después de tanto luchar, de tanto sufrir… Estábamos aquí. A un paso de conseguir algo inaudito en la historia de la SD Huesca, solo había que hacer una cosa más, ganar al Levante UD.
Sin embargo, lograr un triunfo en el campo granota no era una tarea fácil. El conjunto de López Muñíz había paseado a sus anchas por la Segunda División Española durante esa temporada. A una velocidad de crucero, había firmado el ascenso como primero hacía muchas jornadas. Aun así, quedaba un reto en el tintero: acabar la temporada como invicto en casa. Los oscenses se jugaban el pase a playoffs contra el mejor de la categoría que nunca había perdido en su feudo. Meros datos que ensalzaron la hazaña de aquella noche.
Del drama a la locura
Con el pinganillo puesto en una oreja para saber lo que estaba ocurriendo entre el Valladolid y el Cádiz, el balón comenzó a rodar en el Ciutat. Desde el inicio, los de Anquela, empujados por una afición que animó los 90 minutos, se mostraron como un equipo serio, sólido, que quería hacer las cosas con calma. Llegó el descanso, 0-0, 45 minutos de tranquilidad, una calma que anunciaba la tormenta de la segunda parte. Cuatro jugadas que lo cambiaron todo.
Minuto 56, Morales se aventuraba dentro del área y caía reclamando penalti de Ferreiro, algo que el colegiado no compartió; Akapo salió lanzado a la contra obligando a que Róber Pier tuviera que frenarlo. El central granota recibió la segunda amarilla, el Levante se quedaba con diez jugadores. La afición comenzó a creer todavía más, ¡sí, era posible! Sin embargo, un minuto después, el propio Akapo regaló un balón a Morales que no perdonó ante Sergio Herrera.
Era el mayor mazazo que podía recibir el Huesca en aquel momento. Aun así, la afición no bajó los brazos y empujó como nunca a sus jugadores. Estos recibieron esa inyección de motivación desde la grada y comenzaron a desplegar su mejor versión. El empate llegó con un córner que remató don Juan Aguilera, sin duda uno de los mejores de la temporada; ahí tuvo su premio. Los azulgranas volvían a creer, si es que alguna vez lo habían dejado de hacer. Era el minuto 67, quedaba mucho por delante.
Anquela movió ficha y sacó a un David López que era justo lo que necesitaba el partido. Con un mayor control en el centro del campo, el equipo fue a más y una combinación del veterano centrocampista con Samu Sáiz obró la hazaña. El madrileño encontró un carril en el centro de la zaga para colarse hasta encontrarse solo ante Oier que no pudo hacer nada para evitar el gol de la remontada. Los cientos de aficionados altoaragoneses estallaron, el Huesca estaba a diez minutos de lograrlo. Diez minutos que pasaron como si fuera otro partido más, pero pasaron.
El colegiado señaló el final del partido. La SD Huesca había conseguido remontar el encuentro, ganar en un estadio invicto y, sobre todo, hacerse con su primer playoff de ascenso a Primera División en toda su historia. Jugadores y aficionados se unieron para celebrar la gesta. Padres, madres e hijos se abrazaban con lágrimas de alegría en los ojos mientras miles de aficionados granotas cantaban: “El año que viene, nos vemos otra vez”.
Un último rugido
El año siguiente, SD Huesca y Levante UD no se vieron las caras. El Getafe acabó con los sueños de los oscenses. Sin embargo, aquel año, aquel partido, asentó las bases de un nuevo club con otras aspiraciones muy diferentes, más ambiciosas; y sí, a la temporada siguiente se lograría el ascenso.
La marea azulgrana volvió a Valencia y por partida doble. Primero, en el mítico Mestalla, donde el equipo recibió uno de los mayores mazazos de la temporada con un gol de Piccini en el descuento cuando el Huesca había merecido la victoria. El segundo viaje fue, de nuevo, en el Ciutat de València y aunque también los oscenses rozaron la victoria, el enfrentamiento terminó con un 2-2 (‘Chimy’ Ávila y Enric Gallego) que de poco sirvió.
Aquel día fue la última vez que se escuchó el rugido altoaragonés en tierras valencianas. Todavía hay aficionados del Valencia o del Levante que, cuando dices que eres seguidor del Huesca, te responden: “No parasteis de animar durante el partido”. Es un recuerdo bonito, el mayor halago que puede conseguir una afición. Cuando el equipo responde, la afición también, en las duras y en las malas. Ante este parón solo queda coger fuerzas y voz para poder alentar a los de Míchel en el último tramo de temporada, hacer honor a ese título que otras aficiones nos han otorgado. Solo así, se volverá a escuchar el rugido altoaragonés en Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia.