ZARAGOZA | Dani Gómez sumó un gol en su estreno con el Real Zaragoza, en la mejor noticia que llegó del Carlos Belmonte. No alcanzó para vencer, pero sí para dar esperanza a un equipo que la había perdido en el encuentro. También para mejorar las huellas de sus predecesores. Zaragoza hace o muy grandes o muy pequeños a los delanteros y marcar el primer día representa un inicio prometedor, muy distinto al de muchos de los que han pasado por aquí.
Dani Gómez entró al campo cuando la imagen del Zaragoza era la de un equipo derrotado. En la primera mitad, Ramírez había construido su mejor obra. Su equipo jugó bien, provocó ocasiones, logró dominar el fútbol y todas las cosas. Faltó pegada, ganar en las áreas lo que había construido en el juego. En la segunda mitad, diez minutos fueron suficientes para derribar todo lo que había cimentado en la primera. Dio la sensación de que nunca volvió del descanso y el Albacete aprovechó en dos suspiros los regalos del Zaragoza.
Gómez jugó media hora en el Carlos Belmonte. Llegó al partido cuando el Real Zaragoza ya lo sentía perdido. En poco tiempo, logró espolear al ataque: mezcló con el mejor Alberto Marí del curso, provocó ocasiones y amagó con el penalti. Veloz y hábil en el primer regate, pisó el área y apareció el punto en el que comen los delanteros.
El gol se fabricó desde el banquillo, con Adu Ares en el origen, Alberto Marí como estación intermedia y Dani Gómez en el lugar del destino. Allí, en boca de gol, apareció el delantero madrileño. Marcó y encontró la suerte que buscaba con su llegada, el cariño y la confianza perdida. Marcó y eso es mucho para cualquier delantero. Y mucho más para un recién llegado al Real Zaragoza.