Los partidos entre el Lugo y el Zaragoza, sobre todo en el Estadio Anxo Carro, siempre tienen algo especial: son como choques eternos, de otra época, correosos, se juegan de poder a poder, con esa poética tradicional de a ver quién puede más en condiciones casi al límite. Se pugna, a corazón abierto, por la victoria. Jim dio entrada, desde el inicio, a Borja Sainz por la derecha, allí, en la zaga, también situó a Alejandro Francés, ese futbolista pujante y concentrado, y devolvió al centro de la delantera a Iván Azón. En solo unos minutos, el joven ariete demostraría sus recursos, su movilidad, su capacidad de desequilibrio; con él, los defensas nunca pueden despistarse. Va a por todas, y lo hace casi todo: remata, ejerce de pantalla, como el pívot del balonmano, se entrega, y tiene tantas ganas y tanta fuerza que se lleva balones impensados. Es el delantero incómodo, imprevisible, tanque y, curiosamente, noble.
Lugo y Zaragoza, la puesta en escena
El Real Zaragoza empezó dominando. Atacaba por todos los espacios, con un Mesa que incordiaba por aquí y por allá, incordiaba hasta en los diálogos tras las caídas, los choques o las faltas que pita el colegiado. Siempre está ahí. La jugada perfecta la firmaron, sin duda, Carlos Nieto y Alberto Zapater: un centro precioso y perfecto del lateral que el capitán, acaso sorprendido, remató en plancha, pero sin el imprescindible escorzo de cuello. Poco a poco, el Lugo encontró los costados –que diría Arsenio Iglesias- y halló pasillos de aproximación y de profundidad. En uno de ellos, elaborado por el extremo Gerard Valentín, un regateador de antaño, llegó el gol de Ramos. Espléndido. Aunque los medios zaragocistas se despistaron un poco; dicho sea de paso que no es fácil defender un avance tan perfecto y tan rápido. Era el minuto 28; cuatro minutos después, Francho Serrano repitió uno de sus avances, o de sus carreras con el balón en los pies; cuando lo perdía, logró tocarlo suavemente con la puntera, y allí apareció Azón en el área, que resultó derribado. Borja Sainz, un poco intermitente, se fue hacia el balón y ejecutó con tranquilidad y maestría el penalti.
El choque recuperó su pujanza. La tensión iba y venía, y el peligro acariciaba ambas porterías. Tenía ocasiones más claras el conjunto local, afanoso, de juego directo, ordenado y con el libreto bien aprendido. Pero el Zaragoza no le volvió la cara, y ahí seguía y seguía, a lo suyo, Eguaras y Zapater ponían orden e iniciaban el acoso. Y así se marcharon los dos equipos a la caseta: sudorosos, con la certeza de que lo estaban dando todo y un poco más. Querían firmar la segunda victoria de una Liga que no regala ni las ‘Buenas noches’.
El segundo tiempo en el Anxo Carro
En la segunda parte, Jim realiza dos cambios: Gámez por Carlos Nieto, que había sido desbordado en varias ocasiones por Valentín, y Juanjo Narváez por Iván Azón, que había sido el futbolista más inquieto del choque. Quizá estuviera lesionado; si no es difícil entender la decisión del paternal Jim. El cambio de Gámez, para jugar a contrapié, resultó raro pero el futbolista acabó haciendo una buena segunda parte, con espléndidos centros; uno de ellos lo cazó Narváez y pudo haber sido el tanto de la victoria.
La segunda mitad fue menos pasional. Más fría e intermitente. De puras tablas. Tras un diez o quince minutos de dominio lucense, se igualaron las fuerzas y el Zaragoza sacó a relucir su capacidad de intimación de varias formas, pero sobre todo con disparos no tan lejanos y peligrosos de Eguaras, en dos ocasiones, o de Vada. El partido, en ese toma y daca de los necesitados y esforzados de la parte baja, se fue haciendo más áspero. No hay paz para los pobres y necesitados, y el ramillete de cambios no aportó nada decisivo, salvo desorden y ansiedad. Se fue Francho Serrano, que hizo una labor constante y sorda, de futbolista de equipo que mejora a sus compañeros, y que se alía y protege a Eguaras y Zapater. El reparto de puntos, al final, fue lo más justo. Y ambos equipos dejan una sensación clara: tendrán que luchar mucho para salir del foso. Y tendrán que acertar con sus oportunidades.