El Zaragoza camina hacia la liquidación, si no lo remedia una recuperación deportiva sin demasiados precedentes. La jornada del jueves trajo noticias para los medios, pero más allá de las ilusiones que generan los cambios drásticos, las soluciones tardarán en llegar al césped. Lalo Arantegui fue cesado de su cargo como director deportivo. César Sánchez, socio íntimo de Ander Herrera, prepara su entrada en el consejo de administración del Real Zaragoza. Se espera que su inversión en el club añada algunos retoques a un equipo que necesita una revolución con la temporada en marcha.
Tras la derrota ante el Castellón se activó el carrusel de nombres para el banquillo: se escucharon las referencias de Pacheta, se especuló con el estreno de Germán ‘El Mono Burgos’ y tomó fuerza la opción de Paco Jémez. El técnico canario descartó su regreso a La Romareda, al considerar que no se daban “las condiciones adecuadas”. Algunos tomaron su rechazo como una muestra de cobardía. Otros como un ejemplo de sensatez. Jémez ha destacado en los banquillos por su fidelidad a un estilo y por reunir muchas cualidades. Entre ellas nunca estuvo la de ser ni demasiado sensato ni cobarde.
El no de Jémez representa el último fracaso de un Consejo que peleó por el rescate del Zaragoza hace no tanto. Pero que ha sido cómplice y responsable de la mayor crisis de la historia años después. Lalo tuvo pleno poder para confeccionar una plantilla que es colista, con el apoyo de la directiva como su mejor coartada. La réplica de la cúpula tardó demasiado en llegar y su parálisis carece de sentido histórico. El silencio como respuesta, la recurrente búsqueda del mismo mesías sin poner en sus manos los instrumentos para cambiar la suerte. Entre sus últimos defectos, cabe destacar la elección de sus portavoces: un entrenador herido y un debutante al que le sientan bien los grandes escenarios, pero que no deja de ser un adolescente. Sobre Francho Serrano planea, además, el seguimiento del Real Madrid. Su traspaso podrá aliviar las cuentas del club en el mercado invernal, pero será otra pequeña victoria dentro de una gran derrota para la ciudad y su cantera. Mientras tanto, la afición ve los partidos con una melancolía crónica, consciente de que vive un bucle basado en la repetición de mil noches de desgracias.
El vacío de poder que afecta al club se traslada al cuerpo técnico, donde Iván Martínez estará por última vez ante el Fuenlabrada. El club sigue en busca de la tecla definitiva, a la espera de un relevo consagrado en los banquillos y de resultados felices en la segunda vuelta. La entrada de gente de fútbol en el consejo de administración supone la última esperanza de los abonados. Cualquier aficionado vive en vilo, ante el temor de perder a su equipo de siempre, de ver morir una parte fundamental de su educación sentimental.
Una pregunta recorre la ciudad, ¿de quién es este Zaragoza? La respuesta es sencilla: de su gente. Pero esconde, al mismo tiempo, una solución compleja. Hace tiempo que la afición no puede marcar goles desde la grada.