ZARAGOZA | El Real Zaragoza perdió por primera vez en la pretemporada ante el Stade de Reims. Aprobó en el fútbol pero cayó en el marcador, condenado por los matices que definen a veces los partidos. Fue muy superior en la primera mitad, pero en la segunda acabó titubeando más de la cuenta en su área. El Stade de Reims aprovechó sus zarpazos para cambiarle la cara a un partido que había sido casi siempre zaragocista.
El equipo de Escribá preparó la prueba más exigente de la pretemporada, ante un rival internacional. Y si en algún punto perdió pie fue en la segunda mitad, en tramos muy concretos del juego. Casi siempre mostró que no había una gran distancia competitiva entre los equipos. De hecho, fue capaz de controlar el juego la mayor parte del tiempo, pero le faltó exactamente la misma pólvora que sí mostraron Diakité o Touré en sus goles.
Borge salvó el gol en el arranque, poniendo el pecho en el sitio del remate. La réplica llegó de manera inmediata, a través de un centro de Luna. Azón vivió en el aire, pero no acertó en su cabezazo. Y el mismo Azón fabricó un penalti y asumió la responsabilidad. Falló desde los once metros, quizá poco convencido de su lanzamiento, como si nunca hubiera creído que esa era su suerte.
El Zaragoza jugó con madurez, sobrio, como si entendiera todas las suertes que definen los partidos. Supo acelerar en la presión y progresó por el costado diestro. Lo hizo a través de la zancada de Marcos Luna y con el entusiasmo de Marcos Cuenca. Arriba, Enrich y Azón se buscaron por alto, hasta que Toni Moya bajó el balón al suelo.
Cordero ha contratado a muchos futbolistas en uno solo. Lee el partido, es agresivo en la defensa, dinámico en el pase y tiene magia en sus pies. Lo mostró en la acción que decidió la primera mitad, en una falta ideal para cualquier lanzador. Moya probó que es un especialista. En el minuto 33 disparó con suavidad y cuando el balón partió de su bota, ya llevaba la música que solo tienen los goles.
El Zaragoza se sintió cómodo tras el gol, dueño del partido. Pero la historia cambió tras el descanso. El Stade de Reims aceleró, creció a través de la juventud de sus modificaciones y logró el premio en la primera oportunidad. El empate cambió la inercia de la primera mitad. La frescura de piernas volcó el encuentro hacia el campo del Zaragoza, aplicado en defender su área. Fueron minutos de zozobra, pero el grupo de Escribá se recuperó pasada la hora de partido. Ahí mostró calma, inteligencia competitiva y fútbol.
La recuperación del Zaragoza no se entendió sin la aparición de Maikel Mesa y Francho Serrano. Mesa domina los tiempos, juega bien en corte y en largo y está de dulce, inspirado en el área, feliz en el juego. Serrano vive el fútbol a toda velocidad, rápido de piernas y de cabeza. Amenazó entonces el Zaragoza con la ocasión, pero se quedó siempre a un paso. No cuidó entonces todas las disputas y cerca del final del partido, Touré llevó a la red un balón suelto en el área.
El balance general del partido define los progresos de un Zaragoza competitivo, capaz de tutear a un habitual de la Primera División francesa. El resultado, siempre secundario en los ensayos de pretemporada, deja una lección ejemplar. Un viejo dicho francés parece hoy más oportuno que nunca: “el diablo se esconde en los detalles”.