“Dicen que nunca se rinde” reza uno de los fondos de la ciudad deportiva del Sevilla Atlético. Y eso fue más que nunca el Huesca de Rubi, un equipo que lejos de desplegar su mejor fútbol ganó en Sevilla por costumbre, por inercia, por ser el líder, el equipo más sólido de la categoría, el que ahora mismo gana solo con pisar el césped. Por no desesperar cuando peor se juega, por aguantar el momento y saber aprovechar la oportunidad. En definitiva, por no rendirse ni en los peores momentos.
Tres horas después del empate de Osasuna y Rayo Vallecano decidí coger un autobús dirección Sevilla para disfrutar de una ciudad en la que nunca había estado y para ver al Huesca en un desplazamiento bonito e ilusionante. Intenté durante todo el sábado y la mañana del domingo no ver ningún resultado ni de Primera ni de Segunda División, abstenerme del fútbol y disfrutar de la gastronomía y de los monumentos y fachadas que aparecen en cualquier esquina de la ciudad.
Sin embargo, eso me fue imposible. Tras una mañana donde recorrí el casco histórico (Real Alcázar, Catedral y Giralda, Torre del Oro, etc.), en mi paseo por una amplia avenida sevillana vi una indicación del Benito Villamarín. En ese mismo momento recordé que jugaba el Betis y me fui a ver el estadio y a la afición. Al final acabé entrando al campo, viendo el partido desde el fondo norte con los pelos de punta tras ver a más de 50.000 personas cantando a capela el himno del club verdiblanco.
Ahí, y sin saber por qué, pude imaginar a todo El Alcoraz cantando de forma coral “es el Huesca un club de fútbol…” con las bufandas cubriendo las gradas. Me da igual que fueran uno que 2.000 o 5.000, el caso es, como me dijo mi compañero de grada, “hacer las cosas con pasión, y a los 50.000 que estamos aquí nos da igual no ganar un título o ver al equipo abajo porque el Betis es otra cosa que no se puede explicar”.
Pero bueno, que me voy del tema. Llegó el día del partido y puse dirección al campo en el metro sevillano. Menos mal que venía gente (cuatro jóvenes sevillanos que conocí en el trayecto subterráneo) porque, si no, me habría costado sangre, sudor y lágrimas llegar al estadio, ya que tras salir de la estación había que cruzar una rotonda sin acera y un terraplén para evitar salir en las noticias al pasar al sprint la autovía andaluza A-376. Llegué, compré la entrada y fui al lateral, donde me sorprendió porque aunque me senté con mis jóvenes y nuevos amigos sevillanos (casi consigo que uno celebrara el gol de Gallar) había repartidas varias camisetas azulgranas.
El partido fue intenso, disputado con un Sevilla Atlético que tiene cada vez más corta la correa pero que demostró ante el Huesca que, jugando así, la pueden estirar hasta el final. Remiro sostuvo el empate primero y después la victoria con dos paradones tremendos, Gallar volvió a ser determinante en el área rival y el colectivo festejó el triunfo al mismo nivel que la importancia que tenían estos 3 puntos. Los Alejandros fueron los héroes, los que tomaron Sevilla y los que hicieron que el viaje de vuelta tanto para la expedición azulgrana como para mí fuera algo más feliz.