ZARAGOZA | No hubo opción para el filial del Real Zaragoza, que cayó por 4-0 en Las Gaunas ante el Logroñés. El Deportivo Aragón jugaba en un campo especial, que remite ya al fútbol de otro tiempo, aunque solo sea a través de la nomenclatura. El escenario pudo pesarle en el inicio a los de Larraz, perdedores del primer tiempo, hundidos ya en el segundo.
Combinó el Logroñés, acostumbrado a las dimensiones, al ruido hueco que se escribe entre las gradas. Aprovechó su veteranía, ganó las segundas jugadas, el duelo de lado a lado. Precisamente en una de esas acciones llegó el tanto crucial, el mismo que el Aragón quiso y no supo remontar. Golpeó primero el Logroñés y venció con contundencia después.
Las tentativas solo llegaron desde el perfil izquierdo, con Marcos Cuenca en ese lugar. El extremo resuelve con una jugada propia, escrita en el manual de todos los diestros que juegan en la izquierda. Si alguna vez estuvo cerca de las tablas el Deportivo Aragón, el Logroñés supo esperar su momento. Encontró el hueco a la espalda, corrió a tiempo, hasta forzar un penalti que fue definitivo. Marcó Iñaki Saénz, que es ya un veterano de mil guerras, un sabio en un fútbol contra niños.
No hubo color en el duelo, tampoco opciones reales de remontada. La sentencia llegó pronto y desde los once metros, logró el Logroñés el cuarto. El fútbol descubrió su lado más cruel para el filial. Después de nueve jornadas sin derrota, el Deportivo Aragón volvió a perder. El rostro de los cachorros al acabar el partido mostró su poca costumbre: una pena real y verdadera.
Su capacidad de encaje definirá la suerte de una temporada que sigue teniendo buen color. También después de lo ocurrido hoy. En un campo de nombre legendario, el equipo de Larraz encajó el golpe más doloroso: una goleada incontestable. La derrota tiene siempre un sabor áspero pero ofrece una lección valiosa: para ganar siempre hubo que perder alguna vez.