ZARAGOZA | Edgar Badía llega al Real Zaragoza para que la portería deje de ser un problema. Cordero escoge así a uno de los porteros más singulares del fútbol español. Y lo hace para cubrir el hueco que ha dejado en el último mes el arquero más especial del Real Zaragoza en este siglo. Cristian Álvarez es el guardián de los sueños; Badía un portero contracultural, un gato en un tiempo de gigantes.
Reclutado en su niñez por el Barcelona, Badía pasó por Espanyol y Granada, hasta hacerse profesional en el Reus. En Elche se convirtió en una referencia indiscutible, en un portero capaz de vencer los imposibles. Héroe en el ascenso, su playoff justificó el regreso del Elche a Primera División. En ese camino estuvo también el Real Zaragoza, al que detuvo con algunas paradas difíciles de olvidar. El fútbol le ofrece ahora una oportunidad distinta y jugará como local en La Romareda.
Diferente en casi todo, Badía es un futbolista con inquietudes especiales. Siempre quiso ser físico, tuvo grandes facultades para las matemáticas y nada le apasiona tanto como la astronomía. De niño, quiso saber todo sobre el universo y sus misterios. Quizá creyó alguna vez que su futuro podía escribirse en las estrellas. Lector voraz, domina cuatro idiomas y su desarrollo como jugador no se entiende tampoco sin su aprendizaje de la psicología deportiva. Y sin la rama más pragmática de todas sus aficiones: el marketing y la dirección de empresa.
Badía abandonó su carrera de ingeniería cuando Pochettino no confió en él para el Espanyol. Desde Granada inició Administración y Dirección de empresas en la Universidad Oberta de Cataluña. De esos estudios parte su actividad más importante fuera de su carrera profesional, estrechamente vinculada al fútbol. Fundó TwoFive, una empresa dedicada al diseño y la fabricación de guantes de portero. Sus manos han servido de ensayo de una marca al alza, que tiene al propio Badía, Tomeu Nadal, Diego Mariño o Jordi Masip como embajadores más representativos. Cada uno de sus guantes cuenta un relato distinto, inspirado en algunos de los acontecimientos más importantes de la historia del fútbol.
Reflexivo e inquieto, la evolución de Badía como portero no se entiende sin el análisis de todos los detalles. Estudioso del juego y sus matices, observa a sus rivales de un modo obsesivo para poder anticiparse. Ágil y elástico, pocos porteros han sido tan exigidos en las últimas temporadas como el catalán en el Elche. Ahí logró alcanzar una condición especial: cuánto más complejo era el partido, mejor portero parecía siempre Badía.
En un momento en el que la altura parece un requisito imprescindible, Badía es una curiosa excepción. No supera el 1´80, pero suele alcanzar balones imposibles para otros. Rápido y felino en sus paradas, es capaz de retransmitir la jugada y de interpretarla. Especialista en el mano a mano, es también un experto en el alambre. Allí, en ese punto de la historia, tiene intuición, concentración y reflejos.
Cordero quiere resolver un trauma que ha marcado la primera vuelta. Y encuentra en Edgar Badía una solución singular, un guardameta con un relato propio. A Zaragoza llega un portero que miraba las estrellas.