ZARAGOZA | El fútbol devora los recuerdos a la velocidad de la luz. Todo se escribe en el presente, con prisa, de un modo en el que nadie ordena los silencios y las comas. Importa más la voz que el discurso. Y, por encima de todo, importa ganar a cualquier costa. El Real Zaragoza cesó el lunes a Fran Escribá. El técnico había dirigido al equipo durante algo más de un año natural y pidió una rueda de prensa para despedirse. Una hora después de su adiós, el club ya había anunciado su sustituto.
Escribá fue elegante y volvió a mostrar una condición que le define: es, fundamentalmente, un tipo íntegro. En su discurso hubo un agradecimiento sincero a los futbolistas y a la afición, y tuvo palabras también para todas las partes que integran esta rueda. Sensato y pausado, sus ojos se tiñeron pronto de tristeza. Había una emoción verdadera en sus palabras, pena por irse antes de lo que había previsto.
Fran Escribá mejoró la suerte del Zaragoza en su primera temporada. Alejó el descenso y logró que el grupo se fundiera con la grada en la fiesta de fin de curso, en el adiós de Zapater. La inercia de ese momento explicó un inicio soñado, lleno de victorias. El Zaragoza llegó a ganar cinco veces consecutivas sin entender muy bien por qué lo hacía. Perdió pie en los siguientes dos meses de competición, hasta caer en una profunda depresión. La ruptura se escenificó en la última semana, en la que Escribá fue el receptor de todas las protestas.
Durante algún tiempo, no importó que el Zaragoza de Escribá hiciera muchas cosas bien para vencer, sencillamente porque dejó de hacerlo. Cuesta no pensar qué hubiera sido del técnico y de este equipo si Poussin no hubiera tendido el balón en el suelo de Gijón. Esa historia forma parte de los relatos que se viven en una dimensión oculta. De las cosas que nunca sabremos y que podrían haber sido diferentes. Como esos mensajes que escribimos y nunca nos atrevimos a enviar, como los goles que celebramos y nunca llegaron a entrar.
Acudí antes de tiempo a la despedida de Fran Escribá. En la misma puerta de La Ciudad Deportiva preparé la pieza sobre su sucesor para tenerla lista antes de tiempo. Pensé que escribiría más tarde este texto pero sospeché que se quedaría en algún borrador, como esas cosas que nunca nos atrevimos a publicar.
En la puerta de entrada, los encargados de seguridad nos cerraron el paso sin mucha simpatía. No les culpo, no reconocieron las caras de los más jóvenes. Pero, cuando el responsable de comunicación les hizo una señal, consideré una victoria que Fran Escribá nos recibiera con una de las pocas sonrisas que le quedaban. Escuchamos su discurso y, cuando terminó, aplaudí antes de tiempo, de una forma torpe, probablemente demasiado fuerte.
Quizá me sentía algo culpable. He escrito muchas veces de Escribá y no siempre he sido tan amable con su trabajo como él lo ha sido conmigo. Como si la nostalgia pudiera anticiparse, hago un ejercicio que ya probé con Juan Ignacio Martínez. La búsqueda del nombre de Fran Escribá en Sport Aragón ofrece 633 textos con su nombre. Pienso, algo triste, que este podría ser el último.
Busco el primero y descubro en la fotografía una mirada ilusionante, la del técnico que llega y que nunca piensa en irse. En ese texto seguí un protocolo habitual en el mundo del deporte. Contrasté opiniones con periodistas, técnicos y jugadores que habían coincidido con él en alguna de sus estaciones. Y recuerdo entonces que le pedí una valoración a mi mejor amigo, valenciano y seguidor incondicional de uno de los equipos que nunca entrenó. Reviso el whatsapp de aquella fecha y aparece la única frase que descarté.
-Dijeron que no le habían fichado porque era demasiado buena persona
Ahí, en esa cita original, se encierra todo lo que he creído de él muchas veces. Y no estoy seguro de querer permanecer para siempre en un deporte como este, en el que además de los resultados, también la bondad puede tumbarte. Sospecho que Escribá lo ha pensado muchas veces, pero no llegó a pronunciarlo en voz alta. Y decidió que prefería ser recordado como una buena persona y no como un técnico más.
Me gusta pensar que él también dice mucho en todo lo que calla. Igual que yo me entiendo mejor en los textos que una vez escribí para nunca publicarlos.