ZARAGOZA | El Real Zaragoza se despidió ayer de Eugeni Valderrama. El mediapunta no jugó en el ensayo de pretemporada ante el Deportivo Aragón y un día más tarde abandona el club en el que ha estado en las últimas temporadas. Su fichaje llegó en el invierno de 2022 y en sus primeros pasos le dio aire a un equipo amenazado por el descenso. Su balance en el curso siguiente descubrió a un jugador con talento, pero reñido con la suerte y el trabajo.
El destino más probable del jugador nacido en Tarragona es Ibiza, donde espera recuperar el protagonismo perdido. Su pie, su relación con el gol y su lectura del juego siempre fueron los mejores argumentos de su fútbol. Pero sobre él pesa una condena: en Zaragoza ha parecido un jugador perezoso, incapaz de rebelarse ante una condición que se le asignó en el segundo año, la de ser siempre suplente.
El mismo estadio que creyó un día en su talento se desesperó más tarde con cada uno de sus calentamientos. Con el partido en marcha, sus ejercicios desprendían una apatía preocupante, algo muy cercano a la indiferencia. En el campo, el juego solo le sonreía si el balón circulaba en su pie. En ese punto exacto, se encontraba a sí mismo y podía darle sentido a todo. El resto del tiempo, se quedaba muy lejos del esfuerzo y la intensidad que se le pide a un futbolista en la élite.
La marcha de Eugeni Valderrama es una derrota para los que creímos en su juego. En 37 partidos con el Real Zaragoza marcó un gol y dio dos asistencias, unos números pobres para cualquiera y más para un futbolista de su condición. Con él parece inevitable sentir una tristeza conocida. Cuando uno mira a Eugeni piensa en el jugador que pudo haber sido y se encuentra solo con el que él quiso ser.