Seguramente no seamos la mejor afición del mundo, ni tan siquiera la más animosa, ni la más numerosa, pero el pasado domingo El Alcoraz me recordó al de antaño, a ese lugar donde se aglutinan cientos y cientos de pequeños deseos. Recordé un estadio que a todo el mundo le parecía pequeño, que jugadores y técnicos, en un ataque de aturdimiento, consideraban sus medidas casi fuera del reglamento. Eso no era locura, ni tampoco desconocimiento, era el resultado de una ferviente afición que, con su aliento, achicaba el terreno.
Es verdad que las aficiones no consiguen ascensos, ni títulos, pero cuando la simbiosis con el equipo resulta perfecta, las posibilidades de conseguir los objetivos se multiplican por mil y los rivales acusan, sin llegar a entender muy bien porqué, esa fructífera conexión. Uno, que durante algunos momentos se permitió la licencia de exigir algo más, el domingo se marchó orgulloso, feliz pese a no haber ganado y con la sensación de que, si lo vivido ante el Oviedo se consigue sostener en el tiempo, la afición oscense va a ser ese plus que será necesario para los malos momentos. Si cuando al estadio le costaba un mundo animar se decía, ahora que todo el mundo empuja, también es buen momento para reconocer que es un gustazo verlo.
“El premio es tan gordo que el mero hecho de pensarlo ya hace que merezca la pena dejarse el alma en el intento”
El aficionado azulgrana ahora se siente confiado, seguro, y la reacción tras el gol visitante dio buena muestra de ello. Ahora el cuerpo pide aliento, entrega y agradecimiento. El equipo ha conseguido enganchar a una afición que sabe que ha llegado su momento. Tras una vuelta casi perfecta, El Alcoraz parece haber recobrado su sello, ese sello que un día perdimos y ahora ha vuelto a despolvar del cajón de los sueños.
La gente piensa en grande y no se avergüenza de ello. Se avecinan tiempos bonitos, la respuesta se ha dado. Ahora, como ya ocurrió el domingo, es vital prolongarlo en el tiempo. El premio es tan gordo que el mero hecho de pensarlo ya hace que merezca la pena dejarse el alma en el intento.
Ahora la gente sueña a lo grande, como si de un plumazo tuviéramos la historia de un grande y un estadio tremendo, como si el pasado tuviera cientos y cientos de páginas marcadas en oro y venir a El Alcoraz como visitante fuera un marrón de los buenos.