No tengo ninguna intención de darle bola al técnico que llevó al Real Zaragoza a Segunda en la primavera de 2013, pero sí que quiero acordarme de una de sus muchas declaraciones fuera de lugar. Me refiero a cuando aseguró que Aragón no era tierra de futbolistas, que mirásemos a ver “cuántos juegan en Primera” porque le sobraban dedos de una mano. Ya en ese instante demostró su desconocimiento, porque en la mejor Liga del mundo aparecían hasta 8 futbolistas formados en la Ciudad Deportiva (Cani, Arbeloa, Lafita, Ander Herrera, Álvaro Rubio, Chechu Dorado, Laguardia y Raúl Goni), pero es que hoy sus palabras suenan todavía más ridículas.
Lamentablemente, el Real Zaragoza no está en Primera División, pero sí que puede presumir como el que más de cantera y del extraordinario trabajo que, a menudo sin demasiados medios, se realiza día tras día en las instalaciones de la carretera de Valencia. A primero de febrero, a las órdenes de Víctor Fernández hay la friolera de once canteranos, casi el 50% de la plantilla es de casa. Ese es el principal valor del Real Zaragoza, un club herido de muerte por Agapito, que sigue viendo demasiadas telarañas en la caja fuerte, pero que tiene corazón y alma zaragocista en el vestuario. En el vestuario y en la grada, donde 27 mil abonados aplauden a rabiar al capitán Zapater, a las cada vez menos promesas y más realidades Pombo, Delmás, Guti y Lasure, o a la joya de la corona Alberto Soro. Pues desde ya la afición tiene de regreso a casa a dos niños con los zapatos nuevos, Chechu Dorado y Miguel Linares, que en su presentación confirmaron que en el ocaso de su carrera van a “cumplir el sueño” que, añado yo, se les negó en su día.
Dorado y Linares: amor a sus colores
Hablamos de Dorado, un cordobés que con 16 años eligió Zaragoza cuando se le rifaba media España, de un central que tiene un guante en su pie izquierdo y una compresión del juego fuera de lo normal, y, lo que es más importante, un currículum espectacular con tres ascensos de Segunda a Primera en sus tres últimos equipos, Betis, Villarreal y Rayo Vallecano. Y hablamos también de Linares, un zaragocista de cuna que en Fuentes de Ebro soñaba con dar el salto de San Miguel a La Romareda. El camino ha sido largo y tortuoso, propio de un jornalero del fútbol, pero finalmente Miguel lo ha conseguido y es cuestión de días que haga en el fondo norte con la camiseta del equipo de su vida. Ellos son los protagonistas del mercado de invierno, el Real Zaragoza ha fichado amor a sus colores, y eso no se compra con dinero.