ZARAGOZA | Miguel Ángel Ramírez tendrá una ocasión más, una última oportunidad en el duelo ante el Almería. El técnico canario, sobre el que pesa un balance insostenible, 7 de 27, dirigirá al Real Zaragoza al menos esta semana. El club ha tomado ya esa decisión, según ha avanzado El Periódico de Aragón. El complejo aparato accionarial del Zaragoza, que siempre llega tarde a las decisiones importantes, ha jugado a favor de su continuidad. Las conversaciones, cuyo punto central sigue en Madrid con puente aéreo hacia Miami, han resuelto así
Hay varios factores que marcan una continuidad que parece ya injustificable. Las complicaciones a la hora de encontrar un sustituto, el alto coste de su salida o la dificultad que implica el duelo ante el Almería le han dado una prórroga con la que pocos contaban, con la que nadie parece estar de acuerdo. La decisión muestra una desamparo total, ante un entrenador que ha empeorado al equipo y que tiene ya al Zaragoza a dos puntos del descenso. Con un agravante claro: en las últimas semanas no ha sido capaz de ganar a ninguno de sus rivales por la permanencia, tampoco ha conseguido ganar ninguno de los cinco partidos que ha jugado en su estadio.
El problema siempre ha sido el otro: “La responsabilidad es de todos los que formamos este club. Todos debemos mejorar y asumir la responsabilidad. Podemos hablar del entrenador pero todos debemos tener ganas y meterle una marcha más”. Ramírez no afrontó como un regalo entrenar al Real Zaragoza. Y sobre él pesan una cadencia de resultados imposibles de justificar, una serie de bandazos sin lógicas ni sentido. Apuntó a las instalaciones, a la digitalización del club, a la prensa y nunca se centró en una noción fundamental. El fútbol se trata de ganar partidos. Nunca tomó los partidos como finales y acabó perdiéndolas todas.
A pesar de recuperar los goles de Soberón y el volumen ofensivo, el equipo se ha deshecho por completo, frágil en su esqueleto, derrotado ante cualquier suspiro. Probablemente Ramírez no sea el único problema del Real Zaragoza. Pero mantenerle en el puesto parece una irresponsabilidad sin precedentes: distanciarse un paso más de la salvación, alejarse de las soluciones. Y dejar que la herida esté más cerca de ser una enfermedad terminal.