ZARAGOZA | Fran Escribá se ratificó en el puesto cuando todo el mundo pedía su destitución. También lo ha hecho en la mañana de este viernes, en la previa del duelo ante el Huesca. Antes y después había hablado con Juan Carlos Cordero y Raúl Sanllehí. A los dos se les tiene por los grandes valedores del entrenador, partes de un proceso conjunto: la confección de la plantilla y del proyecto de esta temporada. La afición ha emitido su propio veredicto y pensó que el principio y el final de Escribá debió estar en La Copa. Como si el desenlace y el inicio pudieran escribirse desde la misma página.
Resulta difícil encontrar las razones que explican la continuidad del técnico hasta el duelo ante el Huesca. La primera respuesta parece la más compleja. Una hipótesis es que Cordero y Sanllehí creen en el técnico, incluso cuando la plantilla le ha perdido la fe a su entrenador. Otra posibilidad es que estén utilizando a Escribá como escudo, para que las pitadas más sonoras tengan el banquillo como objetivo. La tercera parece más diplomática: darle el equipo a un entrenador de la casa para un día tan señalado puede parecer un caramelo envenenado. La última es la más chapucera de todas: el Zaragoza aún no tenía previsto su sustituto.
La única conclusión posible es que la suerte del técnico dependerá del partido ante la SD Huesca. Ni siquiera una victoria le garantiza su continuidad. El club medirá la reacción del estadio y para seguir es probable que Escribá además de vencer tenga que convencer en el juego. No es una tónica habitual en el técnico, más amante de los fondos que de las formas. En su particular cruzada, sigue pensando que una victoria cambiará el paso de las dinámicas.
La condena de Fran Escribá
Quizá su mayor defecto haya sido eludir responsabilidades en los puntos perdidos. Llegó a anunciar que no eran competencia directa del cuerpo técnico. Ese análisis pudo separarle de su plantilla, que conserva la simpatía personal hacia el técnico, pero que ha dejado de creer en su método. Cordero y Sanllehí no pueden estar de espaldas a esa impresión. Y por mucho que Escribá haya ganado tiempo hasta el sábado, si no recupera al vestuario por completo, acabará perdiendo su puesto de un modo irremediable.
El hilo directo del técnico hacia sus superiores no tardará en ser invisible. Si el Zaragoza no recupera el carril de las victorias, el triunvirato, esa estructura romana que solía acabar mal, se deshará también en La Romareda. Y lo hará por el lado más débil de esta historia, por un técnico que pierde sus apoyos en la medida en la que ha dejado de vencer.
A menudo se recurre a la obra literaria de Gabriel García Márquez en la antesala de una destitución. La crónica de una muerte anunciada es un recurso habitual en todos los ceses. Y hoy parece oportuna otra obra del escritor colombiano. En El coronel no tiene quien le escriba un veterano de guerra espera durante años el pago de su pensión. Acude cada viernes a la oficina de correos, como Escribá a la sala de prensa, con la esperanza de cambiar su suerte. El mutismo de la administración le desespera y en la obra la remuneración que espera, nunca llega.
También Escribá espera un respaldo que solo él se atreve anunciar. El silencio de sus superiores es cómplice de un despido que se ha escrito ya muchas veces, de una condena que parece ya sellada. Hay un punto cruel en su continuidad. De un modo sutil, Cordero y Sanllehí han situado a Escribá como el destinatario de todas las protestas. Aunque no lo sepa o diga lo contrario, el técnico tampoco tiene quien le escriba.