El invierno ha llegado a Épila. Y lo ha hecho en forma de tres tristes derrotas. Todas ellas han tenido algo de inexplicable y ninguna lo refleja mejor que la caída ante la SD Huesca B. El equipo azulgrana mostró en La Huerta su evolución en el curso; una madurez competitiva impropia de un filial. Tuvo pegada y supervivencia. Marcó pronto y resistió un vendaval, al abrigo de Miguel Ángel Sanz y sus paradas. El portero zaragozano fue el santo del Huesca y la mayor cruz del Épila.
El equipo de Rubén Zapater ha perdido su ventaja en la clasificación y la pista de las victorias, pero mostró que sigue siendo un aspirante. Se adueñó del juego, llenó el partido de ocasiones y bombardeó al nuevo líder sin descanso. Se quedó siempre a las puertas, a un dedo del gol, ya fuera en jugada colectiva, en un arranque individual o incluso en un penalti. En ese punto del partido ya había marcado Ángel Pérez el tanto que lo decidió todo, en una acción veloz del Huesca y en un error silencioso del Épila.
La réplica la tuvo poco después el equipo local, en una pena máxima forzada de un modo magistral por Osanz, que quedó en botas de su mejor futbolista. Rafinha Baldrés ejecutó suave, en su recurso favorito desde los once metros, pero Miguel Ángel leyó esta vez sus intenciones. A pesar de ese error, hubo rebeldía en el partido de Baldrés. El 7 del Épila lo intentó siempre, en el desborde y en el disparo, pero no logró afinar en sus remates, maldito ante la puerta. La misma imagen vale para Hamza, Losfablos, Samuel Cardo o Marco Ariño, llenos de ambición y de buenas intenciones, pero peleados con su suerte.
La SD Huesca mostró orden y oficio, convirtió su carril central en un bloque de granito. Despejó centros, se agrupó en su campo e hizo que su defensa pareciera el más eficaz de los hechizos. El Épila llegó a rematar en una veintena de ocasiones, con todos los atacantes de su baraja, pero Miguel Ángel logró negarle el gol del empate a cada uno de ellos. Resguardado en su guarida, la SD Huesca no encontró los tantos de Diego Aznar, pero sí amenazó con el regate de Asier Seijo y el fútbol cerebral de David García. Aarón Abad, el meta del Épila, intervino en los pocos incendios que Rupérez o Gil no pudieron apagar.
En los minutos finales, el Épila lo intentó de mil maneras: Edu Vicente agitó el partido desde el banquillo, Marco le sacó brillo al exterior de su pie, Mario Caicedo estuvo en boca de gol y hasta Gil se sumó a los remates. Llegaron centros desde los dos perfiles, con Rafinha, Osanz y Losfablos como asistentes, pero el Huesca B supo anularlos todos. La plantilla de Sebas Martínez mostró entonces que ha aprendido a competir en el alambre, cada vez más adulto en los momentos de la verdad.
Basta revisar la temporada para descubrir otra vez que el fútbol es tan mágico como incomprensible, sin importar la categoría en que se juegue. Después de una vuelta sin perder, el Épila lleva ahora siete partidos sin ganar y tres derrotas consecutivas. No mereció caer en ninguna de las tres ocasiones, pero la fortuna que antes estuvo de su lado, ahora le da la espalda sin consuelo. Las dinámicas se visten de embrujos y el equipo de Zapater deberá recurrir a la fuerza interior del grupo para cambiar la inercia. Hay un detalle que juega a su favor: la liga sigue en un pañuelo.
El Épila nunca quiso jugar tan bien como lo hace ahora y, curiosamente, nunca le ha costado tanto vencer. Como el fútbol es siempre una paradoja, la SD Huesca B venció en La Huerta como solo el Épila sabía hacerlo.