ZARAGOZA | El Real Zaragoza perdió en el reestreno de Víctor Fernández en La Romareda, ante un Espanyol eficaz, que selló su triunfo con un gol de Javi Puado. El fútbol estuvo de parte de los locales, especialmente en la segunda mitad, pero la suerte de este juego siempre se escribió en las áreas. Allí y nunca es poca cosa, fue en el único sitio en el que el Espanyol fue mejor que el Zaragoza. Como el fútbol está lleno de caprichos, un hijo adoptivo de Víctor Fernández, Puado, acabó amargando su regreso.
La cuarta era de Víctor Fernández empezó con un gol en contra. El equipo, acostumbrado a calcular, calibró mal a la hora de ser valiente. Saltó descompensado a la presión y el Espanyol pudo volar en una jugada coral y veloz, hasta encontrar el remate de Puado. El catalán fue príncipe en La Romareda y ahora capitanea ya al Espanyol, al galope, con un fútbol de otra categoría.
Lo probó el Zaragoza, acertó en la intención pero no en el cierre. Moya buscó la espalda, encontró el pase definitivo, pero faltó suerte y control en la búsqueda del remate. Capítulo aparte merecen las primeras intervenciones de Bakis. Mal en la conducción, peor en el regate, sus toques fueron error y murmullos.
Cuando el Zaragoza había retomado el pulso, había crecido en el juego, llegó uno de sus errores más llamativos. El pase definitivo de Germán Valera mostró su lentitud y la mayor de sus torpezas. No supo golpear y alargó una jugada que podía haber sido letal y corta.
Quiso atacar siempre el Zaragoza, pero le faltó acertar en sus intentos, convertir su idea en algo tangible. A cambio, fue un equipo demasiado abierto, vencido en todas las carreras. Perdonó el Espanyol en sus contragolpes, cuando encontró tiempo y espacio para definirlo todo. Como si el grupo de Manolo González quisiera aplazar su sentencia. Pudo progresar a través del vértigo, ganador de duelos en campo contrario. El Zaragoza supo acampar lejos de su área, pero durante ese tiempo el peligro estaba en la propia.
No falló la actitud ni la propuesta, pero sí la calidad, el punto final de todas las acciones. En ese territorio, el Espanyol pudo correr y se encontró a sí mismo. Bien ajustado en el plan defensivo, supo jugar con los nervios del Zaragoza, con una valentía que hoy pareció escrita en la partitura.
Segunda mitad
Ajustó Víctor tras el descanso, corrigió los defectos de su media, que había parecido desbordada por Baré, Puado y su compañía. Mejoró el grupo sin balón y supo que hacer con el cuero, hasta bordear un gol que nunca llegó. La segunda parte empezó con una ocasión inmejorable, con un gol que cantó Francés hasta que Pere Milla lo salvó bajo los palos.
Hizo daño el Zaragoza en el balón parado, creció a través del hambre y del pundohonor. Si no daba el fútbol, el equipo lo intentó a través de la pasión, alentado por una grada repleta. Despertó Bakis, tras un centro medido de Francho Serrano. El delantero ensayó una chilena, un remate lleno de violencia y de acrobacia. La acción, que se fue por poco, sirvió para que el ánimo de la grada creciera, para que el fútbol del Real Zaragoza fuera pura intención.
La Romareda sonó como en las mejores tardes y en la segunda mitad el equipo correspondió a su hinchada. Jugó sin miedo ni complejos, con orgullo, como si perder le pudiera doler en serio. Creció el equipo a través de la actitud, hasta arrinconar a uno de los candidatos. Robó arriba, mejoró en el fútbol, en el ánimo y en la ambición. El estadio jugó a favor y fue una caldera, en un ambiente de otra categoría. Y por mucho que no sirviera, el equipo aragonés encontró la receta para lo que resta.
En la segunda mitad, el partido solo tuvo un color. El Zaragoza estuvo agresivo, encontró el pasillo interior y esperó la aceleración de los cambios, el remate definitivo. Faltó el susto y el cierre, mientras el Espanyol jugaba con el reloj y con el tiempo. En el momento de la verdad, el Espanyol supo parar el partido y calmó las aguas cuando la corriente solo era maña.
Alejandro Francés, el mejor futbolista sobre el campo, fue también el mayor peligro del Zaragoza en el partido. Suyos fueron los remates más claros, las tentativas más cercanas al gol. El equipo, para bien o para mal, empieza y acaba con el canterano. Fue capaz de anular a Javi Puado y de probar a Joan García. Pero el encuentro ofrece una imagen reveladora: que tu central más importante sea también el mejor de todos los atacantes es siempre una mala noticia.
Murió el partido en un triunfo que el Espanyol logró pronto, mientras el Zaragoza luchaba contra su suerte. Peleó hasta el final, puso el fútbol sobre la mesa, pero volvió a ser un equipo sin pegada, más voluntarioso que nunca y tan impotente como siempre. El Espanyol sufrió ante la propuesta del Zaragoza, apurado por el reloj y la clasificación, pero venció en el primer golpe, a través de la misma eficacia que le faltó al Zaragoza.
FICHA TÉCNICA:
Real Zaragoza: Édgar Badía, Santiago Mouriño, Alejandro Francés, Jair Amador, Quentin Lecoeuche (Fran Gámez, 90+1′), Toni Moya, Francho Serrano (Marc Aguado, 86′), Germán Valera (Manu Vallejo, 86′), Maikel Mesa, Víctor Mollejo (Iván Azón, 66′) y Sinan Bakis (Adrián Liso, 66′).
RCD Espanyol: Joan García, El Hilali, Víctor Ruiz (Sergi Gómez, 72′), Cabrera, Oliván (Óscar Gil, 79′), Gragera, Aguado (Melamed, 72′), Rubén Sánchez (Jofre Carreras, 27′), Keidi Bare, Puado, Braithwaite (Pere Milla, 46′).
Goles: 0-1 Puado min. 7.
Árbitro: Arcediano Monescillo.