Posiblemente sea la jugada más recordada en la nocturnidad de la pasada madrugada oscense. No sé ni la de veces que he soñado que Enric Gallego la embocaba y su posterior celebración. Imagino que el delantero catalán, también. Hasta los mejores tienen fallos severos. Pero por suerte, creo que hay unanimidad: es nuestro guerrero.
La SD Huesca volvió a vivir en sus carnes la crueldad de un deporte que golpea con dureza generalmente al que se halla con dificultad. Es la ley no escrita de los sufridores. Éste Huesca está empeñado en morir de pie, pero a cada paso la sangría derramada empieza a ser más y más dolorosa.
Como me dijo un buen amigo: no hay más cera que la que arde. Y seguramente tenga razón. Esta SD Huesca tiene un mérito impagable: su perseverancia. Ni cuando está moribundo, entrega su cuchara. Es tal la fortaleza mental y tal el afán por agradar, que a cada paso valiente, le acompaña un error grosero y mortal. Uno de esos que a otro equipo tumbaría y dejaría al borde de la ruina. Pero este Huesca es testarudo y cabezón como buen aragonés. Siempre quiere más, pero unas veces por falta de acierto y otras tantas por su mala fortuna, se queda siempre con menos. Cuando más complicado parecía dejar escapar tal botín, se volvió a confundir y como casi toda la temporada, perdió lo que con arrestos poseía.
Rectificar es de sabios
Francisco no tuvo su mejor día y equivocó su planteamiento, erró en la elección de algunos futbolistas que curiosamente le dieron sentido a su dibujo hace 4 días en el Bernabéu. Pero esto era otra cosa. Una batalla diferente y tal vez desnaturalizó lo que parecía de sentido común. Pero a veces el fútbol no es matemático y vive mucho de la inspiración de sus protagonistas.
Yo, reconozco que añoro ese fútbol desencorsetado, sin tanto análisis, sin tanta meditación. Más predispuesto a la sorpresa y la irrupción de lo no programado. Por eso, cuesta a veces asumir que el jugador talentoso, diferencial, no esté siempre sobre el terreno de juego. No seré yo quien defienda un mal planteamiento y una mala elección de algunas piezas clave, pero seguro tendría su sentido, su explicación. Francisco, que con tan buen criterio ha dotado al equipo de competitividad y una fe a prueba de bombas, también se equivoca.
Pero me queda un consuelo: sabe rectificar. Porque por mucho que nos empeñemos, los entrenadores no realizan paradas providenciales, no cometen errores que cuestan goles, ni fallan ocasiones a puerta vacía. Este Huesca es un equipo que lucha y entrega todo lo que tiene y que seguramente esté pagando una planificación desastrosa, una situación agobiante y un deseo de agradar que le aboca a cometer errores imperdonables.
Líderes en la adversidad. Colistas en la realidad.
Pero sin todo ello no sería este Huesca. Y por eso el público del Alcoraz se levantó con desenfado cuando encajó el mazazo del 0-2. Allí, volvió a ponerse de manifiesto una identidad que tiene pinta que acabará mordiendo el polvo, pero que se reconoce en su valentía, en su afán por no desfallecer, de no reblar ante ninguna adversidad. El Huesca y su gente se sintieron reconocidos, se dieron la mano, se levantaron y sin miedo al fracaso, estuvieron a punto de cometer una hombrada. Pero de nuevo, la cruel realidad hizo acto de presencia. No sé ni las veces que he empujado ese pase. No sé la de veces que he soñado que entraba. Somos el equipo de la ilusión, del tesón y la fe desorbitada. Lástima que todo ello no valga, lástima que a base de osadía no se gana.