Casi sin tiempo para digerir las vacaciones, un 19 de agosto -diez días después de otro día histórico- la SD Huesca nos ha regalado el segundo cohete. Eibar será recordado por cientos de azulgranas como el día del bautismo triunfal. Una tarde donde las emociones emanaban incesantemente y, como si el tiempo se hubiera detenido, nos transportaban a Lugo y a todos esos recuerdos que quedarán inalterables en nuestra memoria.
Pero como la vida no se detiene y de poco sirve invocar al pasado para solventar los retos del presente, tocaba de nuevo ponerse el mono de faena y destilar la pócima de la humildad y del sacrificio. Esa pócima que tan buen resultado ha deparado al conjunto oscense y de la cual tan orgullosos están todos los fieles que el pasado domingo disfrutaron de tan balsámico bautismo.
No todos los días se debuta en Primera División y no todos los días se hace con victoria. Por eso es normal que se estén viviendo días de albahaca, como predica la canción de mi querida Ronda de Boltaña. Es normal que haya un júbilo desmedido. Es normal que el oscense se sienta orgulloso de ver que su equipo tiene cabida en prensa y medios nacionales e internacionales. Es normal que haya una provincia entera babeando. Ser de Primera es otro nivel, ha bastado una única jornada para comprobarlo.
La primera vez es especial, única e inolvidable, y por eso merece la pena saborear el momento. Sólo cada uno sabe lo que en instantes así pasa por su cabeza y palpita en su corazón. No es momento para decir a nada ni a nadie cómo debe afrontarlo; allá cada cual con su forma de exteriorizar tantas emociones. La primera vez tiene el encanto de lo auténtico, de lo prohibitivo, de lo desconocido. Llegados a un momento así, no merece la pena despistarse con silbidos ajenos. El canto melódico de esta experiencia debe ser la banda sonora que acompañe nuestra temporada. Es ahora, ‘quizás para mañana sea tarde’, nos decía Perales.
Por eso las fuerzas deben centrarse en disfrutarlo, saborearlo cual pequeño devora un helado veraniego. Pero teniendo presente que las arenas son de mucho calado, que vendrán días difíciles y tardes complicadas. Es allí donde el sentimiento debe mantener la frialdad y el compromiso.
Y como no es imposible describir este momento sin analizar lo futbolístico, también dejaré alguna pincelada sobre ello. Tras una pretemporada de luces y sombras, el hecho más destacado que sucedió en Ipurua es que la SD Huesca parece tener claro qué quiere y cuáles van a ser sus armas para conseguirlo. La identidad mostrada es el mejor aval para encarar el objetivo de alargar este idilio el mayor tiempo posible.
“La pinta parece ser buena, pero de momento no sabemos si es; sólo nos lo parece”
Que un equipo nobel, con tanta pieza nueva, con una idea totalmente diferente a la exhibida la temporada pasada, tuviera un bautismo tan meticulosamente armonizado, nos deja la sensación de que las cosas se tienen muy claras. Gustará más o menos la forma de ejecución, pero lo que no se puede reprochar es que haya un plan improvisado. El tiempo dará o quitará razones, es demasiado pronto para sacar conclusiones y es demasiado pronto para idolatrar o demonizar ideas. Jugar a entusiasmar al personal es demasiado fácil, mantener la calma y desgranar lo visto con responsabilidad es un ejercicio casi obligatorio. Ni somos ahora los reyes del mambo ni seremos Pierre Nodoyuna cuando el cielo se tiña de oscuro.
Por eso es tan importante ser como parecer. Y este Huesca es un equipo atrevido, que destila juventud y descaro, que explota con inteligencia sus virtudes y que parece encontrar acomodo a los innumerables recursos que posee. Porque los posee, porque tiene escondidos diamantes que tienen visos de funcionar mejor en Primera que en Segunda y porque mantiene el romance juvenil y desenfadado de un quinceañero. Pero que, ante todo, parece tener claro quién es y ante quiénes está peleando. Porque ejecuta sus planes con el respeto y la meticulosidad de quien ha llegado aquí para quedarse, y porque a los mandos cabalgan dos mentes que de esto saben un rato.
Dicho lo cual, conviene seguir alimentando los sueños con la pócima de la mesura, esa mesura que nos ha llevado al destino más insospechado. La pinta parece ser buena, pero de momento no sabemos si es; sólo nos lo parece.