Son las 20.36 y acudo al estadio de San Miguel en Fuentes de Ebro. Para llegar hasta allí he tenido que acceder por un par de cuestas. Pienso entonces que los asentamientos medievales se situaban en lo alto de las pendientes, para lograr una pequeña ventaja estratégica. Me gusta imaginar que en el duelo ante Osasuna habrá una imagen similar, basada en la épica. En mi imaginación el humilde le mira a los ojos al poderoso y, con suerte, David le vence a Goliat.
El estadio llama la atención desde la distancia, alumbrado por unos focos que van y vienen. He quedado con Iván Ballestero, el entrenador del primer equipo. En sus palabras siempre hay reflexión y una lectura muy especial del juego. Él representa mejor que nadie el encanto del fútbol amateur, la magia de los goles sin glamour. Se toma su trabajo con una profesionalidad impecable. Es meticuloso, cercano y consigue que sus jugadores escuchen todos sus consejos. Ballestero me recibe feliz, liberado, con ganas de presentarme a su plantilla.
Desde ese punto del estadio puedo escuchar el sonido de los tacos sobre el cemento. El fútbol se vuelve claqué por un instante. Veo también la ilusión de un grupo joven, que vive en su piel un acontecimiento que nunca se atrevió a imaginar. El presidente, Jesús Linares, ultima los detalles del partido más importante de la historia del club. Tiene en la cabeza las entradas que faltan por vender, la potencia de unas luces que deben ajustarse a los requisitos de las televisiones o la conversación pendiente con la empresa de autobuses que llevará al equipo al estadio. Me cuenta también todos sus agobios, cómo ha tenido que abandonar el trabajo dos veces durante la mañana para conseguir que el estadio de San Miguel estuviese preparado para la cita. Me confiesa que tiene ganas de que se juegue el partido para que pasen también todos los nervios.
Iván Ballestero alinea a su plantilla y atiende a otros medios desplazados al entrenamiento. Los jugadores le miran con admiración. Algunos han renunciado a las propuestas de otros equipos para seguirle a él. Hay otros que simplemente ven mucho mejor el fútbol a través de su mirada. Los chicos del pueblo parecen especialmente felices. Serán los ídolos locales por un día. Y como es lógico, todo el municipio está pendiente del fútbol y de la suerte de su equipo.
El entrenador quiere que este sea el año del ascenso a Tercera. La temporada pasada se frustró en la final ante La Almunia. En esa derrota, el Fuentes encontró el mejor premio de consolación de la historia. No subir les dio acceso a una previa para jugar la Copa del Rey y tras vencer al Amigó, Osasuna viajará al campo de San Miguel.
Ballestero teme que la distracción de la Copa les pase factura en la liga regular, donde han perdido 4 puntos en dos partidos. Aún así, en su lectura de la situación también hay una sentencia: piensa que el partido ante Osasuna es una ocasión para disfrutar, para premiar el esfuerzo de toda una generación de jugadores. Son jóvenes y acceder a una competición televisada a escala nacional ya es una victoria. Ninguno renuncia a ganar, pero cultivan el pensamiento en secreto, conscientes de que para vencer a Osasuna deberán ganarle a los pronósticos.
Ballestero da una charla y prepara un entrenamiento adaptado al rival. El equipo se aplica en la presión, busca acortar las distancias en espacios reducidos y trabaja la intensidad en los duelos. Descubro que la pausa del entrenador ante los micrófonos pasa a ser carácter en el campo, entusiasmo en todos los ejercicios. Les exige a los suyos, les explica sus errores y sus aciertos y les pide el máximo de todo lo que pueden dar.
En la práctica me fijo en la zurda de Óscar Gutiérrez. Aún no he descubierto que lleva el 10, pero solo con verle tocar el balón un par de veces me imagino que ese es su dorsal. Veo después la conducción de Marcos Briz y un fútbol que se entiende mejor con la cabeza levantada. Observo también la velocidad de Sergio Casaló y su capacidad para progresar desde el perfil, la personalidad de Jesús Rubio en la defensa o el liderazgo de Adrián Garín.
Pienso entonces que es injusto detenerme solo en unos pocos cuando la fuerza de este grupo reside en el colectivo. Es un club familiar, en el que todos tienen su lugar: han decidido que para vivir un sueño deben pelear por el de al lado. Y así, con esa receta tan coral, preparan su particular cuento de hadas.
Me marcho unos minutos antes de que el entrenamiento acabe. Al abandonar el estadio, me viene a la cabeza una de las primeras frases que le escuché a Iván Ballestero:
“Pase lo que pase el sábado, esto lo recordaremos para siempre. Hemos conseguido algo que nunca habíamos soñado: hemos hecho historia”.