Lo del Huesca ante el Sevilla puede contarse de muchas formas: por suerte todas acaban bien, con la sonrisa pintada en la cara, con una alegría que va a durar como mínimo hasta el partido ante el Getafe, pero que siempre perdurará en el recuerdo de todos.
Voy a contarles el porqué me hizo tanta ilusión el gol de ‘Chimy’ y todo lo que supuso, porque he de confesarles que se me humedecieron los ojos.
Por hacerlo corto, mi ahijado Iker, de 9 años me acompañó en la radio: no es extremadamente futbolero. De hecho, de pequeño le quise convencer para que fuera del Athletic y le duró un par de años, y no vio ni un solo partido.
Luego, su padre y su abuelo paterno intentaron reclutarlo para la causa blanca y hasta se hizo fan de Cristiano, pero el ascenso del Huesca pudo más que las 3 ‘Champions’ seguidas que vio ganar al Madrid junto a su padre.
Vino con la camiseta del Huesca y convencido de ganar 2-0. Yo le dije que no lo tenía nada claro, que el partido me parecía muy difícil y como sorprendentemente me cree, le bajé sin querer un poco la ilusión.
Le gustó la alineación, me equivoqué al dársela y utilizó la lógica sin leer la planilla diciéndome que se me había olvidado Juanpi. Se colocó los cascos de Cope para ayudarme a contar la publicidad y se dispuso a ver el partido.
“Pues menos mal que Juanpi no te gusta, si te llegara a gustar…”
El gol de Juanpi casi le pilló de sorpresa, supongo que a él y a todos por lo madrugador que fue. En el descanso con sorna me dijo: “pues menos mal que Juanpi no te gusta, si te llegara a gustar…”
Le pregunté que le había parecido el primer acto, donde el Huesca había dominado, había superado a su rival, y aunque no había chutado mucho a puerta, iba ganando con merecimiento. Contestó un lapidario y cierto: “de momento va bien, no estamos sufriendo nada. Alabó el partido de Galán y el de Moi Gómez, que le encanta. Cuando me preguntó que quien creía que era el mejor de la plantilla y tras pensarlo un poco le dije que Pulido, intentó convencerme de que estaba equivocado y de que Gómez era el mejor sin duda.
Regresó el fútbol y a los cinco minutos Iker ya estaba intranquilo, supongo que veía que el partido iba a hacerse largo, y se nos hizo.
Minutos después empezó a resoplar de disgusto. El Huesca no tenía el balón, y aunque no disparaba a la meta de Santamaría veía venir lo peor, pero se ilusionaba con que no pasara nada.
Los resoplidos de preocupación comenzaron a convertirse en angustia y a ser cada vez más constantes. El niño estaba sufriendo y me empecé a preocupar porque nunca le había visto tan metido en un partido. De hecho me levanté y le dije: “no soples, estate tranquilo.”
Dichoso VAR
Llegó el empate: ese empate agónico porque el VAR jugó con nuestros corazones casi 5 minutos para pitar un penalti tan claro, como el fuera de juego que lo precedía. Pero gol.
Como se veía venir el golpe fue duro pero no definitivo. El Huesca espabiló y la cosa podía caer para cualquiera.
Justo antes de que el Sevilla sacara un córner mis compañeros de transmisión firmaban el empate. Yo les dije: “No hombre.” Creo que Iker me iba a convencer de que lo firmara pero no le dio tiempo, porque Munir acababa de marcar.
No le vi la cara pero la imagino: desencajada, triste, intentando encontrar a alguien que le explicara como podía ser que el Huesca fuera a perder nuevamente.
Pero actuó el VAR y actuó con justicia. Con tanta pérdida de tiempo nadie vio el alargue, y a mí se me hizo eterno todo lo que vino después.
De Ávila, al cielo
Se resume todo en el gol de Ávila y el grito de El Alcoraz. Del rostro de “que me estás contando”, Iker pasó al de “no me lo puedo creer”, pero era cierto. El Huesca había ganado por uno de esos milagros que se recuerdan siempre, que da gusto plasmar en una película o en uno de esos relatos futboleros que Eduardo Saccheri escribe como nadie.
No gritó porque sabe que en la radio mando silencio, pero el grito del gol se le iluminó la cara de felicidad y sé que le va a durar al menos toda la semana.
Se fue rápido, se despidió chocando la mano, y dándome un abrazo fuerte y un beso que expresaban que, en esos momentos, era el niño más feliz del mundo. Y en ese momento me quebré, y pensé que si Iker estaba así sin ser muy futbolero, como estarían esos niños que sienten verdadera pasión por el Huesca, que van al campo, que han recibido esa herencia, más nueva o más antigua, de sus padres o abuelos. Los niños y porque no, los mayores: desde el socio pegado a su puro que lleva 40 años yendo al campo, hasta el que es recién abonado y se ha sumado a esta ola de felicidad en Primera. Toda esa gente feliz, no me dirán que no merece la pena.
El Madrid gana Copas de Europa, el Barcelona ligas y copas. El Sevilla las Europa League y el Atleti hace dobletes. El Huesca gana partidos así, y no podrán entenderlo, pero esto vale lo mismo que un título en la vitrina.