El Real Zaragoza de Fran Escribá mostró sus dos rostros en El Estadio de La Cerámica, en uno de esos relatos que se repiten en las temporadas. Frágil en el primer tiempo, rescató el partido a través del pundonor y de la fe. Iván Azón marcó un gol hecho a su medida, a la carrera, que solo estaba en el guión de su partido. Mejor que Gueye en esta y en todas las vidas que da el juego, el canterano fue el agitador del juego, una vida extra.
En el plan de Fran Escribá estaba la mejora del grupo en la segunda parte, pero no el desastre colectivo del primer tiempo. Más allá de que el acierto del Villarreal B se concentrara en sus dos disparos a puerta, el Zaragoza perdió el mapa del juego desde el inicio. Tomás Alarcón necesita todavía el tiempo que solo dan las pretemporadas. Confuso en el fútbol y en todas las disputas, dejó a Francho Serrano como encargado de todas las cosas. El canterano corrió como un ciempiés, pero no pudo hacerlo todo, en un equipo sin orden táctico ni recursos en las áreas.
Resulta extraño que el equipo que solo rondó el gol en una ocasión de Mollejo en todo el primer tiempo, pudiera marcar tres en el segundo. Esa verdad solo se explica a través de lo inexplicable. El fútbol es un arte imprevisible, un deporte en el que lo fortuito puede ser definitivo. El estado emocional de los dos equipos cambió en un suspiro. El Zaragoza recordó entonces que todo lo que había hecho mal en el primer acto, podía salir bien en el segundo.
Azón convirtió una acción de otro partido en uno de esos goles que cambian las tendencias. Miguel Puche resucitó en la temporada y dibujó la asistencia del empate. Y en el tiempo de descuento, en el momento en el que pasan las cosas, Mollejo le puso el cierre a la remontada. Se colgó del aire y marcó su gol más importante en Zaragoza.
Cristian Álvarez reflejó mejor que nadie las dos suertes de este equipo: desesperado en el primer tiempo, feliz y liberado en la celebración. El portero argentino pertenece a una estirpe distinta, es futbolista sin serlo, un portero que queda al margen de los algoritmos y de todos los parámetros. Hace cinco años cambió su retiro por jugar en un club bipolar, capaz de lo mejor y de lo peor en un mismo partido.
Un lustro más tarde, cuando Cristian mira a su equipo sigue sin saber cuál de los dos rostros será el que le devuelva el espejo.