El árbol que nace torcido es muy difícil, por no decir imposible, que se enderece. El que nace con una desviación en la columna vertebral bien lo sabe, sino que se lo pregunten al jorobado de Notre Dame. Hay a quien se le cae encima una catedral, y hay equipos a los que se les cae una basílica, un río, y una ciudad entera, hasta hacer de ese cuerpo el escombro que es hoy. El Real Zaragoza no es que no esté erguido ante las dificultades, sino que se dobla ante ellas hasta chuparse el ombligo. Eso que tiene el mejor cordón umbilical, una afición que nutre al feto, y ha impedido el aborto que muchos querían provocar, pero que no lo han conseguido.
A un servidor, Manu Gálvez, le duele mucho este Real Zaragoza. Sufro lo que se llama el síndrome del miembro fantasma. Al igual que a muchas personas a las que se les ha amputado un brazo o una pierna, siguen sintiendo como si los tuvieran, a mí me pasa lo mismo con mi amado equipo. Me pica el Zaragoza. Otras veces me escuece. Pero siempre soy consciente de su existencia dentro de mí. Eso que ha hecho todo lo posible por hacer de esa amputación algo irreversible. No es fácil arrancarse al Real Zaragoza de dentro. Te lo pone fácil, amaga con provocarte múltiples infartos. El dolor de corazón es tan real que uno se piensa muy seriamente quitarse la parte blanca y azul, y quedarse solo con su rojo sanguinolento tan particular.
El árbol nació torcido porque nadie lo trata con cariño. El encargado de que no le falte de nada está en Madrid más preocupado en pintar su bosque favorito de blanco y rojo. Aunque sea nuestro árbol el que haya demostrado que es más atlético, pues corre lo suficiente para no dejarse atrapar por los que le quieren dar la extremaunción, y la fortaleza para no dejarse destruir por ellos. El segundo que debería velar por la seguridad del árbol está en Miami, viendo jugar al “semijubilado” de Messi, y sólo se acuerda del Zaragoza cuando ve la película de “Bienvenido Mister Marshall”. Cada vez que va a Zaragoza parece que viniera el Mesías, Obama o la mísmisima Virgen del Pilar reencarnada en un señor cubano multimillonario. Qué gran película hubiera hecho hoy el gran Berlanga con las peripecias que le han pasado a nuestro Real Zaragoza estos últimos once años. El “encargadillo” sí que vive en la ciudad, y parece que se dedica más a hacer de doble del cantante italiano Al Bano y cantarle a su felicidad personal, que a evitar la tristeza que sigue hundiendo las raíces de nuestro árbol.
El árbol a cada segundo parece más torcido. La afición lo sujeta, pero no tiene la suficiente fuerza para levantarlo y que vea la vida de manera erguida, como siempre hizo. Las raíces respiran un aire que se renueva a cada instante. Ese oxígeno puro algún día subirá a la superficie. Esperemos que no tarde mucho. No sé cuánto aguantaremos ahorcados en sus ramas.