El Real Zaragoza venció al Eibar en una tarde feliz, coronada por el gol de Alejandro Francés, en una acción que proyectó antes Francho Serrano. El equipo de JIM confirmó ayer algo que ya sospechaba todo el mundo: a este Zaragoza le sientan bien los grandes partidos. Juega mejor en el duelo individual, en el tú a tú permanente. Prefiere correr que proponer, conquistar el espacio y no adornar el pase. Con metros, sabe pegar y, sin ellos, sabe defenderse.
El Eibar colecciona jugadores de otra categoría en su plantilla. Stoichkov es el talento, la magia en una liga sin conjuros. En ataque le siguen Blanco Leschuk, Fran Sol, Fernando Llorente, José Corpas o Yanis Rahmani. Por detrás, le rodean Javi Muñoz y Edu Expósito. Resulta difícil discutirle el dominio y el juego a un equipo tan pleno. Sucede que el Real Zaragoza es un equipo que sabe responder en los mejores debates, que se hace grande desde la inferioridad. En el primer tiempo, tuteó al equipo de Garitano, le robó el balón y se hizo con el juego. Creció por el costado derecho, en el lugar en el que Bermejo y Gámez se buscaron y entendieron.
El Zaragoza creció en el segundo tiempo
En la segunda mitad, el Zaragoza supo leer todavía mejor el encuentro. La entrada de Narváez le dio un punto de colmillo al equipo y Borja Sainz progresó a banda natural. Francho Serrano dominó el juego, hizo suyo el centro del campo, abarcó el tiempo y recorrió todos los metros. Además de su fútbol global, brilló en una tarea muy concreta. Decidió que la estrategia sería suya. Y desde el córner planeó el remate definitivo de Alejandro Francés. La jugada fue otra desde la perspectiva del ´6´ del Zaragoza. El canterano bailó a su defensor, Rober Correa. Paso en falso hacia la izquierda y salida nítida hacia la derecha. Todo sucedió con el balón en el cielo, mientras el centro de Francho se iba abriendo. Francés lo empaló y marcó un gol que ya había rondado varias veces en el curso. Eufórico en la celebración, hubo un momento de intimidad especial en su abrazo con Francho Serrano; el guiño de dos canteranos que viven juntos el mismo sueño.
En los minutos finales, el Eibar se colgó del cielo y Llorente bajó mil balones al suelo. El Zaragoza acumuló defensas y resistió el asedio. El aliento final de la grada permitió que el equipo de JIM llegara donde ya no llegaban las piernas. A partir de ese apoyo incondicional, jugó con el reloj, controló el tiempo y volvió a ganar en su estadio.
Ante el talento individual, el Zaragoza respondió con compromiso colectivo. Frente al poder económico del conjunto vasco y la armadura de su delantera, el equipo de JIM encontró el triunfo a través de lo único que no tiene este Eibar: goles de su cantera.