ZARAGOZA | En el minuto 60 de partido, un zaragocista de siempre se giró hacia su hijo, que levantaba las cejas en busca de una ocasión que no llegó. “Este partido ya lo hemos visto muchas veces. Y acaba cero a cero en el mejor de los casos”, dijo la voz de la experiencia. “Una vamos a tener”, respondió el más joven de los dos. Zaragocistas a pesar de todas las cosas, el padre utilizó un verbo muy aragonés para definir el modelo de juego de los de Escribá: “No paran de rosigar el balón, pero nunca crean peligro. Y acaban centrando por centrar”.
La estadística confirma la tesis de uno de los aficionados. El Real Zaragoza llenó el partido de centros, pero nunca hubo acierto en sus servicios. De los 35 intentos solo 8 de ellos encontraron un compañero. La propuesta de Escribá se topó con un obstáculo conocido: no hay equipo que se sienta más cómodo en la defensa del área que el Burgos, feliz en el bloque bajo, tranquilo en su guarida.
El Zaragoza había elegido mal el camino de sus ataques. Atascado en el fútbol posicional, sin grandes improvisadores entre las líneas, creyó en Bebé como el principio y el fin de todas las jugadas. El portugués consiguió sacar centros de calidad, pero en el área esperaban dos futbolistas menudos como Giuliano Simeone y Pau Sans, hechos para correr y para aparecer, pero no para estar. La justificación de Escribá en el final del encuentro no sonó bien: el técnico entendía que el partido estaba más para Gueye que para otros delanteros, pero quería evitar la burla de la grada hacia su delantero.
Escribá es consciente de las limitaciones de su plantilla. Y tomó como una victoria recuperar la fiabilidad defensiva, dejar a cero el contador de sus goles en contra. En el otro lado del campo fue incapaz de darle una marcha más a los ataques y el Zaragoza recurrió al servicio desde los costados, en un salto al vacío. No fue la mejor solución, fue más bien la única.
Al acabar el partido, dos aficionados combatían el frío a la salida del estadio. El más mayor de los dos le dirigía a su hijo una frase que tuvo el valor de una sentencia: “Ya te lo había dicho, tanta posesión, tanto rosigar el balón y centrar para nadie. Ni una ocasión verdaderamente clara. Estoy harto de este partido”. El hijo, ilusionado ante la aparición de Pau Sans, agachó la cabeza y pensó durante un momento la combinación de trenes que le puede llevar al siguiente partido, al Anxo Carro.
Los dos dieron por terminado el análisis de un encuentro que ya habían visto muchas veces. El hijo, en un ejercicio de zaragocismo incondicional, buscó en secreto un argumento irrefutable para viajar a Lugo. En un momento de lucidez, pensó que tenía una carta ganadora: “Podríamos ir a Lugo. En ese campo, Cristian Álvarez remató a gol un centro que tampoco iba a ninguna parte”.