ZARAGOZA | Gaëtan Poussin sintetizó de principio a fin un partido inexplicable, que nunca podremos olvidar. Fue el principal responsable de que el Zaragoza pudiera perder y el artífice de que lograra empatar. Su error en el primer gol tumbó a un equipo que sigue pareciendo frágil, por mucho que quiera construir un caparazón y una armadura. Derrumbado por el fútbol y sus detalles, el Zaragoza buscó la épica, el más difícil todavía. Y ahí apareció Gaëtan Poussin, para rematar un córner en el área contraria en el minuto 92. Dispuesto a que un lema contra la invasión francesa, “Zaragoza nunca se rinde”, tuviera más acento francés que nunca. El gol fue un fenómeno paranormal, al que le siguieron escenas imborrables en la grada. En treinta segundos se concentraron festejos, gritos, lágrimas y llantos. Una secuencia que queda para siempre.
Gaëtan Poussin, especialista en lo más difícil y torpe en lo más sencillo, ofreció un perdón a la grada. Había fallado antes, pero acertó después como nunca. Para cerrar el círculo cabe mirar al otro lado del espejo. Jon Magunagoitia, portero del Eibar, había marcado el empate ante el Oviedo en el minuto 95. En el partido siguiente, sufrió el gol de Poussin en el 92. Antes los goles de un portero solo llegaban en los anuncios de Coca Cola. Hoy una suerte excepcional se repite dos fines de semanas seguidos en la misma categoría. Ver para creer.
La grada confió en el gol de Poussin casi tanto como había forzado el tanto de Jair. Con el traje de Cristian Álvarez en el Anxo Carro, el remate de cabeza de Poussin fue nítido, inapelable, en el mismo día en el que sus manos habían temblado. Autor de una pifia y de un milagro, celebró un gol que fue todo un acontecimiento. Y el mejor resumen de su carrera en Zaragoza. Héroe o villano, ángel o demonio, mágico o maldito. Capaz de besar la lona o de tocar el cielo, las dos caras del relato se fundieron en una sola persona, en una misma historia. Puro Gaëtan Poussin. Puro Zaragoza.