La puesta en escena de la SD Huesca en la élite difícilmente podría haber sido mejor. Y ya no por el resultado, ni por el rendimiento de sus protagonistas, sino por la actuación global teniendo en cuenta que no iba a asemejarse en prácticamente nada al equipo que alcanzó el cielo el pasado mes de mayo. Pero no por habérsele olvidado, sino porque la máxima categoría exige el mayor nivel de dificultad posible y estar a la altura, y más en un estreno, obliga a ser todavía más práctico y consciente que antaño.
Los primeros once futbolistas elegidos y un esquema: el 4-4-2 que Leo Franco y su cuerpo técnico han impulsado desde que comenzara la preparación del curso. Sin un pivote, con dos mediocentros. Sin interiores; con dos alas y dos puntas. El paso de las jornadas dirimirá si resulta de una preferencia del entrenador o de la mejor adecuación posible a las circunstancias. O ambas. Por lo pronto, salió a la perfección ante un rival que no destaca por su juego de posición y que aboga por el mismo esquema.
Lo dijo Mendilibar al término del encuentro: “Hemos jugado un 4-2-4. Los bandas tendrían que ayudar por dentro a los mediocentros, los defensas tendrían que estar más cerca y apretar con más intensidad y los delanteros tendrían que bajar un poco más. No ha sucedido nada de eso. Cada balón que perdíamos, ellos salían muy rápido y nos han hecho mucho daño”. Exactamente eso le ocurrió a un Eibar no preparado para llevar la manija del encuentro con coherencia y que, por tanto, no pensaba en cómo iba a contrarrestar la salida azulgrana tras una posible pérdida. Obligado, en todo momento, por el Huesca.
Un Huesca que rara vez volverá a desarrollarse como con Rubi. Así lo demostró en pretemporada y lo reafirmó en Eibar. Bastante lógico. No puede permitirse, y sobre todo a estas alturas, un mínimo riesgo. Werner lanzaba en largo y, si Longo no conseguía sacar algo de provecho, el Eibar volvía a tenerla. Pero no era así como los de Leo Franco querían hacer daño, sino dejando que los locales se obnubilasen en un ataque posicional que nunca generaba ventajas, robando de forma asequible y saliendo en velocidad, porque saben y porque el Eibar, como decía Mendilibar, no estaba preparado para defenderlo.
Damián Musto fue una grata sorpresa. Porque se le desconocía y porque tiene la inteligencia del centrocampista que sabe dónde estar en cada momento. Sacrificado, como el resto del equipo, nunca permitía una segunda acción delante de los centrales -Pulido y Exteita, imperiales- y suponía una ayuda constante en los numerosos centros laterales y ante la posibilidad que algún armero -Orellana- abandonase la banda para participar por dentro. El Huesca, muy ordenado en su terreno, le imposibilitaba al Eibar generar peligro de forma clara de ninguna manera.
Sí que se echó en falta esa pausa necesaria con balón -damnificado Moi por el contexto-, más en una segunda mitad más abierta y en la que el cansancio hizo mella, pese a que el Eibar no adquirió ningún matiz que le permitiera tumbar al cuadro oscense. Solo se vio amenazado el Huesca cuando ya no pudo desplegarse debido al cansancio y Leo Franco optó por reforzar la medular. Ahí, se protegió como con Rubi, con ese 4-1-4-1 que tan bien le ha funcionado anteriormente. Semedo fue el pivote único y Musto y Melero se situaron por delante, algo más liberados y sin la obligación de ocupar el centro debido a la salida del portugués.
Mérito total y absoluto de un Huesca que jugó sin balón prácticamente de forma brillante y que, además, mantiene el talento de siempre; ese al que ahora no le puede dar un continuo protagonismo pero que, gracias al contexto ideal otorgado por el cuerpo técnico, termina ganando partidos si aparece en el momento oportuno.